Tras la erupción del volcán Gamalama, en la isla indonesia de Ternate, unos quedaron indiferentes y otros, entre ellos nosotros, deseando la evacuación. He aquí nuestra vivencia.
En el post anterior, “La erupción del volcán Gamalama” os contaba nuestra sorpresa cuando, ya en el avión, a punto de abandonar la isla de Ternate, nos hicieron bajar por la erupción del volcán que conforma la isla.
Cuarenta y ocho horas después, aún no se sabía cuándo abrirían el aeropuerto, y tampoco si todo quedaría en la buena fumarola que en un par de horas inundó de cenizas toda la isla o si vendría mucho más después.
Así que, a falta de más opciones, decidimos aventurarnos a salir de la isla en barco; aunque respeto a la travesía tenía, ya no sólo por la posibilidad de los mareos que me suelen acompañar en las navegaciones sino, por una parte porque me da muchísimo respeto el mar… demasiado… vamos… pánico.
Y por otra porque, qué sabía yo si las entrañas del volcán estarían tan enojadas que provocarán un movimiento también bajo las aguas… ¡Mejor no pensar!
EVACUACIÓN: EL EMBARQUE
Fueron más fuertes las ansias por salir así que, tras otro día y medio de espera, en cuanto supimos de la llegada del ferry, aunque no fuera precisamente un transatlántico, allá que nos dirigimos al puerto a comprar los billetes antes de que se agotaran. Más valía salir lo antes posible, que esperar a una evacuación de última hora.
-No, hasta las cinco, una hora antes de la salida, no se venden.
-Ah, vale, pero mejor volvemos a las tres, para hacer cola, por si acaso.
Y a las tres, para nuestra sorpresa, no sólo estaba ya abierta la taquilla desde hacía horas sino que las pocas camas disponibles en el ferry, habían sido vendidas.
-Ah, y el barco no saldrá a las seis sino a las siete -añaden-. ¡Vamos bien!
-Bueno, pues como aún quedan cuatro horas, voy a buscar algo de comida, porque aunque nos han dicho que en el barco hay, ya me la imagino, será picante.
-No, mejor no salgas de aquí -me dice la vigilante- No vaya a ser que el barco salga antes.
Salir antes, qué ilusión. Pues, hale, nos apañaremos con 3 manzanas para los cuatro, que es lo que tenemos.
Nos pusimos en la cola del embarque, junto a una veintena de personas. Pero éste no se realizó a las cinco, sino a las seis, tras tres horas de pie sin movernos, y al grito inaudible de tonto el último, porque de repente, de estar sólo unos pocos en cola, empezó a pasar gente y gente por fuera, de tal forma que casi fuimos los últimos en subir.
ACOMODO EN EL FERRY
Tampoco es que hubiésemos perdido el barco, desde luego, porque finalmente no zarpamos hasta las 9 de la noche. ¿Motivo? No quisimos ni preguntar, por si las moscas, aunque a medida que pasaba el tiempo nos inquietaba más y más la certeza de que en la mayoría de transportes indonesios no hay “numerus clausus”.
Este aspecto, a la vez atrayente y disuasorio, mostraba el volcán Gamalama al atardecer. Pero en Indonesia anochece máximo a las seis y media de la tarde. Tuvimos tres horas para cerciorarnos de que no había luna.
Nuevamente me entra el pánico. Todo, absolutamente todo, es negrura. Me viene a la memoria el fatídico accidente del buque italiano Costa Concordia, en el que varias personas, en un intento desesperado de evacuación, se ahogaron sin saber que estaban pegados a la costa. Una vez más, mejor no pensar.
La planta inferior es bodega para vehículos, la del medio posee una zona de asientos y otra diáfana, y la superior, la cubierta, está techada parcialmente, con algunos asientos metálicos individuales y otros corridos, acompañados de mesas de azulejos.
La gente se apelmazó en el piso medio, estaba a reventar. Qué calor van a pasar -pensamos-. Con lo bien que se estará en cubierta. Se está genial, confirmado, y además conseguimos mesa sólo para nosotros! Tuvimos suerte.
Para no tumbarnos directamente en el suelo, compramos unas esterillas que ofrecía un vendedor, por una cara de papel de estraza y por la otra de rafia. Y durante media hora, nos dedicamos a estudiar el acople de las maletas y el nuestro propio bajo la mesa y los asientos, para resguardarnos del aire y de cualquier posible ladrón.
La gente alucinaba con nosotros, extrañados por tanta aparatosidad; y nosotros con ellos, porque en el centro montaron todos las alfombrillas, sacaron las cartas, la comida… y a pasarlo bien, conocidos y desconocidos.
Esta es la vista de un tercio del pasillo. Al completo, resultaba una imagen fantástica.
Por casualidades de la vida, resulta que el capitán del barco era el señor que, junto a su esposa, nos saludó tan efusivamente el día anterior en un restaurante y nos pidió posar para foto. ¡Qué suerte, seguro que nos apaña una cama! Pues no, iba a ser que no.
Pero no importa, después de dos días de tensión y madrugones, en un pis pas dormíamos como marmotas. Ni la dureza del suelo, ni el olor a combustible, ni la charla de la gente, lograron impedirlo. Aunque… en otro pis pas se acabó lo que se daba.
TORMENTA EN LA TRAVESÍA
A la hora y media justa nos despierta un gran tumulto; qué pasa, qué pasa, uf parece que empieza a llover, menos mal que estamos bajo cubierta y bajo la mesa y los bancos.
¿Bajo quééé? El movimiento del barco y el aire mueven el agua a su antojo, y no es que haya empezado avisando con gotitas, no, directamente caen chuzos.
Por más rápido que quisimos levantarnos fue imposible salvarse de la mojada, máxime cuando no podía ponerme en pie por la risa floja que me entró ante lo ridículo e inútil de toda la parafernalia del montaje del “dormitorio”.
Así que después de unos minutos de desconcierto, todos bajamos a la planta inferior donde, si antes ya estaba petado, imaginaros ahora; aparentemente no cabía ni un alfiler. El espectáculo parecía de película: asientos y suelo llenos de gente.
-¿Quince horas aquí de pie o bajo la lluvia, qué preferís? -inquirió mi marido.
Quince horas eran las previstas de travesía, sí. Para una distancia de unos 290 km, que en el viaje de ida en avión habían supuesto sólo treinta minutos.
Pero es que no contábamos con el hecho de que, claro, en un archipiélago tan enorme, el ferry es como el bus urbano, va haciendo paradas en otras islas y… puede que cojan de paso o que haya que desviarse un poquito.
SE ME CAE LA CARA DE VERGÜENZA
Sin embargo, inmediatamente, los pocos que estaban despiertos, se enderezaron para dejarnos sus sitios. ¿Cómo podíamos aceptar? Imposible. Pero cuanto más rehusábamos, más insistían, no había manera de que volvieran a tumbarse.
Casi se me cae la cara de vergüenza porque ¿hubiera hecho yo lo mismo de ser al revés? ¿O me hubiera tapado la cabeza haciéndome la dormida pensando: ya se apañarán, yo llegué antes?
Una cosa es creerse generoso y otra verse en el momento.
Finalmente aceptamos, con la condición de compartir con ellos el espacio: cada una de nosotras se acopló por un sitio distinto, tumbadas en el suelo, mientras que mi marido optó por irse a la bodega y acomodarse entre dos camiones con la esperanza de que estuvieran bien frenados.
Pero la noche no parecía que fuera a quedarse ahí. Había marejada, no de las olas precisamente, porque la única parte buena es que las aguas hacían honor a su nombre; no olvidemos que estamos en el Océano Pacífico.
La marejada era particular: mientras que a una de las chicas le sentó mal la comida del mediodía y teníamos que salir corriendo cuando menos lo esperaba, a la otra, que no lleva nada bien la presencia de los gatos, casi le da un ataque de histeria el empeño de uno en plantarse a su vera maullando sin parar.
Que la verdad, no sé qué pintaría el gato en el barco y menos su obsesión por regresar a su lado a pesar de que la gente lo echara repetidamente.
Por otra parte, los cristales de las ventanillas del navío, léase bolsas negras de basura rasgadas, no es que evitaran gran cosa la entrada del fuerte viento; y mojadas como estábamos, teníamos un poco de temor a coger una pulmonía.
Así que al final nos “arrejuntamos” bien entre dos filas de asientos, envueltas como una arepa en la esterilla de estraza y rafia que habíamos comprado. Sin poder movernos, pero algo menos congeladas.
Yo, con medio cuerpo debajo de una de las filas de asientos, rogando que no se descuajaringara como el de delante, porque siendo de metal y con el peso encima de otra persona, si se venía abajo, puede que no lo hubiera contado.
La experiencia es la experiencia, eh. Aquel embalaje funcionaba: ahora me explico por qué se vendía como churros, se notaba que no era la primera vez que pasaba algo así.
Perfecto todo ya si no hubiera sido por todas las veces que tropezaban con nosotras cada vez que alguien se dirigía a los servicios, que estaban justo a nuestros pies, por no decir del aroma que se aspiraba cada vez que la puerta se abría. A todo esto, el servicio ya os imaginareis, el agujerito en el suelo y au.
Conclusión, que la escena a las tres de la mañana no podía ser más surrealista, así que terminamos riendo a carcajadas… seguramente para no llorar.
LLEGADA A BUEN PUERTO
Conciliamos el sueño finalmente, hasta despertarnos por el movimiento y las voces de la gente. Uf, debimos quedarnos bien dormidas y ya estaremos llegando… No puede ser: son sólo las cinco y media de la mañana.
-Ah, bueno, es la hora del rezo, tranquila, se volverán a dormir otra vez… -Pues tampoco. A las seis en punto pusieron por los altavoces música tecno a todo volumen. No puede ser… No me lo puedo creer…
Y esa música nos acompañó hasta la una de la tarde en que, por fin, ahora sí, llegamos a puerto; afortunadamente enteros, pero no quince horas después sino finalmente diecisiete, diecisiete larguísimas horas.
Desde el puerto de llegada, a casi trescientos kilómetros, aún podíamos ver la humareda. Increíble.
¡Ya podía respirar tranquila! La evacuación había sido un éxito. Me dí cuenta entonces de que no nos habíamos mareado. Tal vez fue el aire gélido que nos daba en la cara todo el rato, o simplemente la falta de tiempo de pensar en ello. Algo bueno había de tener toda la “marejada”. Hay que pensar en positivo ¿no?
Aunque, a modo anecdótico, una de mis hijas se pasó toda la mañana moviendo el torso de un lado a otro de manera automática, como si de un péndulo se tratara.
Al principio pensamos que lo hacía de broma; luego nos asustó el hecho de que si no la sujetábamos no podía parar aunque quisiera. Finalmente nos dijeron que era normal después de una travesía tan movidita, y que se le pasaría durmiendo un buen rato. Afortunadamente, así fue.
EVALUANDO LA EXPERIENCIA DE LA TRAVESÍA
Pensamos: bueno, mucho miedo al barco algo desvencijado y a tantas horas de travesía, pero no ha sido para tanto, no ha pasado nada… Nada malo, efectivamente, pero pasó mucho, muchísimo.
Nos enorgullecimos por habernos enfrentado a la situación con la suficiente sangre fría y por haber sabido adaptarnos a las circunstancias con sentido del humor. Pero eso se quedaba en una ñoñería al lado de haber compartido una experiencia que, aunque a la gente local pareciera normal, a nosotros, no.
Por otra parte, ¡nos parecía increíble que todavía se pudiera viajar en esas condiciones! A la vista del comportamiento de la gente, no parecía ser inhabitual ni provocada por la evacuación.
Nos entusiasmó esa camaradería de la gente comiendo y jugando juntos a las cartas aún sin conocerse.
Y, sobre todo, nos dieron una auténtica lección de generosidad, ofreciéndonos sus sitios para que pudiésemos descansar nosotros.
¡Muchos esquemas se nos rompen desde que estamos en este país!
¿Cómo generalizar en algunos temas después de todo lo que nos está demostrando, día a día, la gente de este país?
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Y si no conoces las islas indonesias citadas en esta historia y por qué fueron tan importantes para España, te dejo estos otros:
17 agosto, 2016 a las 5:45 pm
Menuda experiencia, Nely, y sobre todo que maravilla de gente, no me extraña q Victor quiera quedarse más tiempo ahí. Un abrazo
18 agosto, 2016 a las 1:20 pm
¿Es ceniza lo de tu pelo? Lo que habrá disfrutado el guerrillero de sus prácticas de supervivencia!!
18 agosto, 2016 a las 1:54 pm
Neme, viniendo de tí no sé si la pregunta va con ironía, pero a estas alturas hasta la ceniza me resbala, jaja. No, lo que ves es mi rubio, a estas edades ya de bote. Y el guerrillero, no sé, tal vez en esta supervivencia se divirtió un poco, pero te aseguro que ni de broma repetiría ahora la otra. Qué blandengues nos ponen los años!!!
18 agosto, 2016 a las 1:22 pm
Sofía, cada día pienso que no habrá nada que me sorprenda más de lo que ya he visto y vivido aquí, pero siempre me equivoco. Bts