Mucha gente, al pensar en Bali, imaginan playas paradisiacas con bonitos “chill out” donde tomar el sol o una copa. Nada más. Ni tan siquiera imaginan su exuberante vegetación. No digamos ya sus coloridos templos, sus ancestrales creencias, su magnífica artesanía y su rica cultura artística.
Bali, aún pequeñita en el mapa, cunde más de lo que parece y posee zonas muy diferenciadas, desde la bullanguera Kuta, en el sur, ya mencionada en el post “Bali, impresiones”, hasta la tranquila del norte. Hoy nos quedaremos más o menos por el medio, en el municipio de Ubud, para mí y para muchos, el mejor conjunto de la isla.
Está considerado el centro de la cultura y el arte de Bali. Prueba de ello son sus numerosísimas galerías de arte, museos y centros de artesanía. El casco urbano no es muy grande pero alrededor cuentas con atracciones para todos los gustos, desde increíbles paisajes de arrozales, a preciosos templos, pasando por demostraciones de danza tradicional.
Aunque, desde luego, lo primero que sientes al llegar es lo mismo que ya sentiste el primer día en la isla, que no sabes si te has equivocado de avión y te encuentras en Ibiza. Las tiendas, la decoración de las cafeterías… parecen una réplica.

¿Parece o no una tienda ibicenca? Budas, ropa blanca, lagartijas de metal…
Aunque ahora ya sí estoy convencida de que somos nosotros los que les copiamos: dos blusones abiertos tengo yo hace años comprados como moda “adlib” ibicenca y hete aquí que ahora me entero de que es parte del atuendo tradicional de la mujer balinesa en sus celebraciones importantes, las ofrendas en los templos. Por si me quedara duda, al llegar a casa corro en busca de las etiquetas donde encuentro un definitivo Made in Indonesia.

No es coincidencia. Todas estas chicas no me pueden haber copiado (imagen de deviaje.com)
Sin embargo, pronto me doy cuenta de que hay cosas que no se pueden copiar tan fácilmente, como este templo, el Pura Taman Saraswati precedido por un gran estanque con lotos que, si no es que entro en la terraza de una cafetería, desde donde se puede acceder, me paso de largo, cosa que hubiera sido imperdonable.
A pesar de su indiscutible belleza, no es este el templo que da más fama a la zona, sino el Pura Luhur Uluwatu debido a su importancia histórica, ya que hasta el siglo pasado sólo los príncipes de Denpasar podían rendir culto aquí, y también a su ubicación, en lo más alto de una montaña con escarpadísimos riscos desde donde los atardeceres son toda una atracción.

La magnificencia del acantilado casi nos impide ver en la cima parte del templo
La subida también tiene su distracción, el camino está repleto de monos que no dudan en arrebatarte lo que pillen o amenazarte mostrando los afilados dientes con unos chillidos que llegan a acongojarte.
Sin embargo, hace unos meses retiraron a la mayoría de los primates porque se estaban pasando con la agresividad. En su defensa he de decir que tanto locales como visitantes han tenido algo de responsabilidad en ello: vendían unos tirachinas en la entrada, no sé con qué objeto, con los que algunos niños y quién sabe si a veces no tan niños, incordiaban a los animales ante la pasiva mirada del resto de visitantes.

Tampoco creo que tengan los monos la culpa de los depósitos del suelo
Por si paisaje y monos fueran poco espectáculo, en la cima hay otro más, una representación de danza tradicional que, si no vas con tiempo de antelación suficiente, te pierdes. Se pone a reventar de gente y cuando se llena, ya no entras.
Yo me quedé en la misma puerta y de nada me sirvió poner ojos de cordero. Según me contaron, la mezcla de danza, música y fuego denominada kecak resultaba muy llamativa, así que habrá que volver.
Pero no me iba a quedar sin ver una exhibición de este tipo, así que le pedimos al guía que nos llevara a otra parecida. Dicho y hecho. Afortunadamente en la entrada te dan un papelito explicando la historia que se va a representar. Sin ella no te enterarías de lo que se interpreta: la lucha de los buenos y malos dioses, historias centenarias del Ramayana.
Vestuario tradicional más que atractivo y música en directo de gamelán, las orquestas tradicionales indonesias, cuyos sonidos en momentos cúlmenes, resultan trepidantes.

Uno de los instrumentos del gamelán, ricamentante decorado y con un curioso mazo
Tras el derroche de color nos ponemos en marcha hacia los arrozales. Venir de Valencia a la otra punta del mundo para ver arrozales tiene guasa -musité. Por mucho que unos señores les dieran un certificado de Patrimonio de la Humanidad, no deja de ser un campo de arroz.
Pero hube de tragarme mis palabras, ya lo creo que sí. Contemplar las terrazas escalonadas de los arrozales balineses es sencillamente indescriptible. Un espectáculo sin igual, por su ingenio para aprovechar el terreno y el agua y por su serena belleza.

Tan sólo dos ejemplos de los múltiples que podrían mostrarse
Para dar un cambio radical a nuestras visitas, decidimos recorrer algunos de los numerosos museos. Elijo dos para mostraros, el Neka Art Museum, por albergar una de las mejores colecciones de arte indonesio y el de Antonio Blanco, por hacer algo de patria, aunque nacido fuera, correteando numerosos países y afincándose en Indonesia en la cuarentena, no creo que se considerara muy español que digamos.
Indonesia no es un país que tenga una trayectoria pictórica propia muy extensa. Sin embargo, como ya indicamos en otro post, sobre 1920, animados por los escritos de algunos aventureros, comenzaron a llegar a la isla de Bali artistas de distintas procedencias.
Personalmente opino que el hecho de que las mujeres vistieran sólo un pareo a la cintura y que más de uno las desposara con una diferencia de edad entre ellos de tres o cuatro décadas, algo tuvo que ver, pero claro, esto puede que sean sólo enajenaciones mías.
El caso cierto es que el rey local los acogió con agrado y se convirtió incluso en protector de arte y artistas, como en el caso de Antonio Blanco, hijo de un español destacado en Filipinas, a quien regaló la tierra en la que se encuentra la que fue su casa familiar y a cuyo lado se ha levantado un museo, de aspecto palaciego, únicamente para sus obras.
Un jardín bien cuidado, en el que te encuentras tanto aves tropicales como gallinas de toda la vida, da paso a un edificio que se me antoja excesivo, pero bueno, quizá sólo se trate de algo de envidia.

La entrada ya promete

Ya dentro del recinto, vemos la casa familiar, que nada tiene que ver con la construída al ladito para sus obras. En confianza, si soy yo, creo que las cambio.

Este es el museo

Escalinata con flores naturales y maravillosa decoración de la entrada

Detalle del final del posamanos

Una de las esculturas de la azotea. Un guerrero parece controlar lo que ocurre abajo
Lo que sí parece clara es la influencia de Dalí, no en sus obras, sino en su aspecto y poses, según comprobamos en algunas fotografías .

Imagen de Google
En el interior del edificio no se podían captar imágenes, pero en el museo al que fuimos posteriormente, sí, por lo que os puedo mostrar algunas de las pinturas de Blanco allá expuestas.
Algunos de sus desnudos están al límite de lo considerado pudoroso, pero reconozco que hay un mucho de atrayente en su paleta. Tampoco podemos dejar atrás los marcos, también propios. Si bien no son lo más apto para la mayoría de nuestras casas, en la exposición resultan magníficos.

En esta imagen de farovigo.es vemos al artista ante una de sus obras. En este caso, para mí el protagonismo está desde luego en el marco.
A modo de descubrimiento y consejo, o como os lo queráis tomar, os diré que allí leí que las mujeres de la época tenían unos senos tan bonitos de tanto subir y bajar de la cabeza cestas y cántaros, así que yo estoy por sacar del trastero el búcaro para practicar, a ver si eso también funciona.
El Neka Art Museum es bien diferente, pero igual de interesante. En sus siete u ocho edificios de estilo balinés se exponen obras de diversos artistas locales y extranjeros afincados años ha.

Detalle del autorretrato de Neka, importante artista local que da nombre al museo
Mayoritariamente se trata de pinturas, pero también se disfrutan algunas tallas en madera o piedra, tan bonitas como éstas.

Homenaje en piedra a la maternidad

Hay que ser un artista para obtener de un tronco aparentemente raquítico una estilizada sirena
La mezcla de pinceles locales y foráneos dio origen a varias técnicas pictóricas que hoy día caracterizan los lienzos de la zona. Desde vibrantes empastes, a suaves pasteles u oscuros óleos y acrílicos.

Bellísimo lienzo que, al natural, embelesa aún más.

Otra cosa no sé, pero color desde luego no le falta

¡Y qué decís de esta techumbre de elementos naturales!
Una de las cosas que me fascinó fue ver el modo de ejecución de una de las técnicas más características. Para que la visualicéis en un flash, os diré que es una especie de “buscando a Wally”: obras de bastante formato, total y absolutamente repletas de personajes y paisajes, en una narrativa de escenas cotidianas y/o de historias sagradas.

Este es tan sólo un pequeño fragmento de la obra «La vida en Bali», de 1988. El artista ha captado minuciosamente la vida diaria de la población. Podemos apreciar a pescadores, colectores de piedras en el río, vendedores…así como una ceremonia de cremación. La parte superior no está despejada, os la muestro de cerca en la siguiente imagen.
Nada en el cuadro es espontáneo, todo está perfectamente dibujado con lápiz. Después, cada silueta se remarca con tinta china para, posteriormente, aplicar los colores acrílicos por capas, poco a poco, consiguiendo la luminosidad final con la adición de blanco.

En este otro detalle de la imagen anterior se observan las tres fases del proceso pictórico: dibujo a lápiz, repaso de siluetas+capa base de color y policromía final.

Detalle de otro de estos magníficos lienzos con un precioso contraste de luces y sombras
Para finalizar nuestra corta estancia en Ubud y dar gusto al guía, que el hombre se ha portado bien, nos dejamos llevar a una plantación de café. Una vez allí resulta que no es tal, sino la “sucursal” de la misma, es decir, donde te venden el producto ya empaquetado.
Era de esperar pero bueno, de todo hay que sacar la parte buena: nos mostraron diversos tipos de árboles tropicales y vimos a varias civetas, enjauladas eso sí, cuyas tristes miradas habrían provocado la ira de los defensores de animales… Pero han de asegurarse de que no escapen, ya sabéis que son las “causantes” del café Luwak, el más caro del mundo (ver post “Qué quieres beber”).
Aunque, con lo que realmente me deleité fue con la degustación de los diferentes tipos de cafés y tés de toda Indonesia. Hay muchos y tienen fama, pero si no los tomas seguidos, cosa que aquí pude hacer, mi paladar desde luego no los diferencia, no sé el vuestro. Además, descubrí que el té no tiene por qué saber, ni mucho menos, a amarga hierba medicinal.

Degustación gratuita de café y té. Si querías probar el Luwak ya tenías que pagar, aunque sólo 3 euros, nada comparable con los 100 ó más que te puede costar en una cafetería occidental. Mi ganador fue el té lemongrass.
Con este buen regusto, nos despedimos de Ubud hasta la próxima ocasión. Vosotros aún podéis continuar visitando algunas de las innumerables tiendas de lujo, ya sean de joyas, piel, mobiliario, tallas… eso sí, preparad la cartera. Seguramente todo sea más barato que en nuestro país, pero el lujo, allá donde esté, seguirá siempre siendo lujo.

Esta es una de las numerosas piletas de agua que se encuentran por doquier, decorada con hojas y pétalos de flores. No ves dos iguales. En Ubud, hasta las cosas más simples pueden convertirse en todo un lujo.
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