¿Sabías que los Kajang son los “amish” indonesios? Viven como siglos atrás y alejados de otras poblaciones. Llegar a ellos y entrevistarse con su líder es privilegio sólo de unos pocos. Nosotros lo conseguimos. ¿Quieres acompañarnos?  

SOLA ANTE EL PELIGRO V

Vamos ya camino del poblado de los Kajang, Amma Toa.

Podríamos decir que los Kajang son el equivalente indonesio a los amish de Norteamérica. Viven apartados, sin apenas contacto con el exterior y sin ningún avance técnológico ni social.

Sólo permiten unas quince visitas al año, previa petición y autorización, así que nos excita muchísimo pertenecer a ese reducido número de invitados.

Como nos habían advertido, todos vestimos de negro y con manguita,  quedándome extrañada de que los leggins, tan ceñidos que son, no supusieran ningún inconveniente.

El autobús se detiene a pocos kilómetros de destino para recoger a un señor con una indumentaria que llama mi atención. Luce un sarong y una chaqueta militar antigua, y el plegado de su sombrero es ciertamente original. Parece ser un veterano de guerra.

Vecino de Amatoa, zona de los Kajang indonesios

Quizá algún día pueda investigar el tema de los sombreros. Realmente no son más que tela con dobleces de un estilo u otro, dependiendo de la zona, la etnia y la categoría social, pero el resultado es espectacular, me encantan.

Pero, no nos salgamos ahora de la trama. El caso es que me sorprende tanto la indumentaria como el hecho de recogerle sin que él hubiera hecho gesto alguno. Y es que, en Indonesia, siempre se ayuda a quien pueda necesitarlo y, si se trata de una persona de edad, con más motivo.

LLEGADA AL TÉRMINO DE AMMA TOA

Nos apeamos por fin ante un cartel que confirma haber llegado a nuestro destino.

cartel de entrada a Amma Toa donde viven los Kajang, amish indonesios

Bajo él, hay un gran gazebo desde el que una anciana y varios críos nos observan con una mezcla de curiosidad y desconcierto.

Anciana y niño en gazebo de Amma Toa, Bulukumba, Indonesia

Unos minutos después esa misma anciana  prepara una pesada cesta de fruta.  Nos fascina y conmueve que no tenga ningún problema para su transporte.

Mujeres con carga en cabeza en Amma Toa, la zona indígena Kajang

EL SERVICIO PÚBLICO

Mi ensimismamiento se ve repentinamente interrumpido. Mi tripa comienza a dar cuenta de dos días seguidos de comida indonesia. ¿O sería el efecto de preparar los alimentos en la pila multiuso de la que hablábamos en el anterior capítulo? A saber.

Antes de entrar en territorio prohibido pregunto dónde están los aseos. Me señalan un cuadrado en medio del campo con paredes de medio metro de altura y suelo de azulejos blancos, en el que había dispuesto un viejo bidón metálico lleno de agua y un cazo. Sin más, ni siquiera agujero en el suelo como desagüe. ¡Maaadre míaaaa!

indonesia rural ducha o servicio

–Magda, esto es la Indonesia rural, no puedes pretender un baño occidental. -Ya, ya, a estas alturas ya no me importa que no haya intimidad suficiente pero ni siquiera agujero en el suelo?

Entonces me dirigieron a la entrada de un bosquecillo donde había una casetilla minúscula de madera, con una tela por puerta, un agujero en el suelo de tierra y un calor y olor imaginable.

Me dije, no respires, no mires, y todo irá bien. ¡Hay que curtirse!

EL CAMINO HASTA TANA TOA KAJANG

Traspasamos por fin la valla que nos conducirá a Tana Toa Kajang. Porque no, no era esa la entrada directa al poblado, hubimos de caminar un buen ratito hasta llegar. Una ubicación a conciencia para no ser molestados.

Camino entre el bosque para llegar a la tribu indígena Kajang

La comunidad indígena Kajang, una de las nueve reconocidas oficialmente por el Gobierno Central Indonesio, dispone de trescientas trece hectáreas. Por ellas nos adentramos.

Casas sobre pilotes camino del poblado Kajang, los amish indonesios

Nos recibe un bosque parcialmente despejado en el que se encuentran una media docena de casas distantes entre sí,  con sus pequeños huertos y algún telar manual al uso.

Telar en uso camino del poblado indígena de los Kajang en Sulawesi

Caminamos durante un buen rato por una calzada de piedras de una belleza singular. Parecía usurpada de las páginas de uno de aquellos cuentos de nuestra niñez. Maravillosa para la vista, que no para la estabilidad.

Camino de piedras hasta llegar al poblado indígena Kajang

Nos cruzamos con mujeres con fardos en la cabeza que reían divertidas al no entender por qué queríamos hacerles fotos. Y es que en una ciudad grande como Makassar, en donde vivimos todos los del grupo, estas cosas ya casi han desaparecido.

Mujeres portando bandejas en la cabeza Amma Toa, Bulukumba, Sulawesi

Pero también nos cruzamos con viandantes de mirada más bien triste, chocante con la sonrisa habitual indonesia y luciendo una indumentaria mucho más tosca y oscura de la que estoy acostumbrada a ver en el país.

Matrimonio con indumentaria tosca en Amma Toa, Bulukumba, Sulawesi

Igualmente nos llama la atención la falta de calzado de todos aquellos con los que nos vamos cruzando. Y esta fémina tan ligera de ropa, que no de carga, supone un inesperado contraste con la indumentaria anterior y con la que nos exigieron para venir.

Mujer ligera de ropa con carga en la cabeza en Amma Toa, Indonesia

Mientras algunos caballos sueltos pacen, un grupo de niños patean sus pelotas de trapo. Otros en cambio parecen participar de las labores diarias sacando agua de un riachuelo semienterrado o cortando bambú.

Niños sacando agua del subsuelo en zona rural Amatoa, Sulawesi

Todos paran su actividad para observarnos con cierta desconfianza, casi con temor.

Niño cortando bambú en territorio indígena kajang

RECEPCIÓN DEL JEFE DE LA COMUNIDAD

Por fin llegamos al poblado, donde teníamos terminantemente prohibido realizar fotografías.

Aparecen ante nuestra vista tres o cuatro casas tradicionales, perfectamente alineadas, en un entorno limpio y cuidado.

Cinco o seis personas pasean vestidos de negro. Aparentemente nada de electricidad, nada de vehículos motorizados… nada que hiciera suponer que estábamos en pleno siglo XXI.

Nos invitan a subir a la primera vivienda a la que se accede por una empinada escalera de bambú y donde ya nos esperan sentados en el suelo, el jefe de la comunidad, su esposa, hijo y nieto.

La estancia es muy amplia, alfombrada por completo de rafia. Adolece de muebles aunque sí hay bastante menaje de cocina en uno de los laterales, junto a una pequeña cocinilla de leña.

Yo entro la última porque como me han de traducir, mejor ponerme al fondo para no molestar. Una vez todos sentados, el jefe nos da la bienvenida.

A continuación, nuestro representante, de rodillas, sentado sobre sus talones pero con la espalda bien erguida, con una elegancia y corrección que me asombró en un chico tan joven, explica que el grupo está realizando una pequeña incursión en la Indonesia rural para poner en alza sus valores y concienciarnos de sus necesidades.

Se acerca al jefe del poblado para hacerle entrega de un obsequio y me llama la atención que lo haga deslizándose sobre sus rodillas, regresando inmediatamente a su sitio de la misma manera y sin darle la espalda.

El jefe entonces toma la palabra y parece no tener prisa. Habla y habla y habla, más de una hora seguida, él solo. Pregunto de qué. Para mi sorpresa, nadie está entendiendo gran cosa porque habla en una lengua antigua. Pero parece ser que nos da consejos para una vida correcta y un matrimonio feliz.

Por supuesto, ese segundo punto va dirigido a las mujeres, ¿qué mayor felicidad que estar todo el día haciendo las tareas domésticas y esperando al esposo? Eso me suena, algo lejano, pero me suena.

Cartel antiguo guía de la buena esposa

Llega un momento en que seis u ocho chicos con cara despavorida se arrastran como locos hacia mí, hacia el fondo. Me inquieto. ¿Qué estará pasando, por qué se han quedado pálidos y parecen buscar mi cobijo?

Mientras, los otros, de rodillas, se ponen en fila y van pasando por el jefe, quien les va poniendo la mano en la cabeza. ¿Qué está ocurriendo? Parece que fuera una captación de adeptos y estuvieran medio abducidos.  -Dice que tiene poderes y sólo tocándote ve tu pasado y tu futuro -me comentan alterados.

Uf, ahora lo entiendo, el pueblo indonesio es muyyy supersticioso, para muchos esto no es nada agradable, piensan que con tal acto podría de alguna manera apoderarse de sus cuerpos o sus almas.

Minutos después se hace de nuevo una fila, ahora ya de todos, para despedirnos. Los que nos íbamos acercando a pie,  un par de metros antes nos arrodillamos, deslizándonos así hasta llegar a los anfitriones a quienes, al estilo indonesio,  dimos suavemente la mano al tiempo que inclinábamos la cabeza, primero al jefe y después a su familia.

No hay sobresaltos ni palabras. Hasta que llego yo, la última. Entonces me empieza a hablar en su lengua. Obviamente no le entiendo. Quizás me esté diciendo que no pinto nada en esa reunión, o quizás quiera leer mi vida apoyando su mano en mi cabeza ¡quién sabe! Lo único que sé es que ahora soy yo quien entra en pánico.

De todo se me pasa por la mente en décimas de segundo. ¿Y si me quiere dejar allí como una esposa más por eso del exotismo de la piel clara, los ojos azules y el pelo rubio?  ¡Se me ocurre que podría avisarle, advertirle con un ¡mire usted que a estas alturas el rubio ya dejó de ser natural eh, que ahora es medio de bote!

Pero no, puedo respirar, me traducen, sólo está interesado en saber quién soy, de dónde vengo, a qué me dedico, cuánto tiempo llevo en el país… Toda la retahila habitual con la que la población local comienza cualquier conversación. Por mucho que estén aislados, indonesio al fin y al cabo, no lo puede negar.

Después me hace firmar en el libro de visitas. Me siento importante. Si pocos son los visitantes anuales, menos aun los que firman en el libro.

Pero sigo algo asustada, así que no reacciono y se me va la oportunidad de pedir una foto, igual hubiera colado. O de pedir algo de tiempo para pasear por el poblado, porque ni siquiera nos dejaron dar una vueltecita. De la charla, directamente “vuelta p`atrás”.

Mis compañeros me chorrean cariñosamente.

Grupo Proyecto Lontara camino del poblado Kajang de Indonesia

Así que nos supo a poco, quedamos algo decepcionados, nos hubiera gustado charlar con la gente para saber cómo piensan, cómo realizan sus tareas diarias… pero bueno, al menos hemos llegado a un lugar y hecho algo que sólo han podido unos pocos en todo el mundo. Quien no se consuela…

NUESTRO DEBATE

En el camino de vuelta, debatimos sobre qué hay de bueno o de malo en vivir anclados en el tiempo. También sobre la obligatoriedad o voluntariedad de permanecer en una comunidad como ésta.

Hablamos sobre las supersticiones del pueblo indonesio y sobre el papel de la mujer en la sociedad, temas que dan para una larga conversación y para más de una controversia.

Y es que, independientemente de lo que cada uno opinamos, aún no terminamos de digerir que lo que acabábamos de presenciar no era una película.

Era toda una realidad, en pleno siglo XXI.

 

¿Te apetece seguir acompañándome en mi odisea “Sola ante el Peligro”?