¿Cine en 3D? ¿Cena con cubiertos de plata? No exactamente, pero no nos privamos de nada. ¿Dormirías en el suelo para dejar tu habitación a un grupo de desconocidos?
SOLA ANTE EL PELIGRO III:
Vamos a cambiarnos para cenar. No estamos en la Inglaterra victoriana, pero desde luego que nos ponemos de largo. Todas a buscar el sarong.
Para los que aún no estáis familiarizados con él, sólo apuntar aquí que es lo que nosotros llamaríamos un pareo pero cosido en vez de anudado. En Indonesia se usa muchísimo para vestir y, no imagináis para cuantísimas cosas más.
La sorpresa cuando yo aparecí con el mío fue unánime, nadie esperaba que una guiri siguiera sus costumbres, así que todo fueron felicitaciones.
Sólo tuve problemilla para ponérmelo porque es doble de ancho que tu cintura y ni tiene botones, ni cremallera, ni velcro, ni nada de nada, se sujeta simplemente enrollándolo.

Con la jefa del poblado
Parece fácil, a ellas ni se les mueve, pero no creas, yo estuve toda la noche dale que te pego enrollando mil veces porque se caía, y ya no tiene una edad de montar espectáculos.
También hubo quien directamente se puso un traje de noche, léase pijama. No me extraño demasiado. Más de una vez he visto a gente desayunar en la calle en pijama y, lo que es más fuerte para nuestra mentalidad, en la cafetería de buenos hoteles.
EL CINE
El pescado se hacía esperar, así que nos fuimos al cine. Hasta allí aún no ha llegado el Kinepolis ni ninguna otra multisala pero ¿quién lo necesita?
El cine consistía en una sábana tendida en mitad de la calle frente a un “gazebo”, esas pequeñas casetas de madera que se ven por todas partes utilizadas para descansar. El equivalente a nuestros bancos, sólo que con la solana de aquí, el techadito se hace imprescindible.

El «patio de butacas»
En el suelo, entre ambas cosas, un plástico grande. Estuve por tumbarme en él, después de la sentada del bus, apetecía estirarse, pero como nadie lo hacía, me dio apuro.
La película era proyectada desde un ordenador. Casi todos los vecinos de la aldea se unieron a nosotros.
Primera escena de la peli: marido se va de viaje y mujer marcha al encuentro del amante. Automáticamente, la película es sustituída por un documental arqueológico. Es mucho más instructivo ¿cómo que no?
Incluso se siente una nostálgica. Recuerda algo los viejos tiempos. ¿Dónde quedaron aquellas escenas de besos que casualmente tapaba un sombrero o lo que tuviera a mano el director? ¿Y aquellas otras en que se cortaba por lo sano la escena con los consiguientes pitidos en la sala… ?
PREPARANDO LA MESA
Por fin avisan de que la comida está lista, un alivio, a ver si en el comedor las sillas son con respaldo, porque tengo ya la espalda machacada. ¿Por qué no me habría tumbado en el plástico?
Pues menos mal, porque me hubiera lucido. ¡Esa era la mesa! Bueno, la mesa y los asientos. Para la población indonesia, sentarse en el suelo es más que habitual, no importa la edad.
Me planteo si es o no mera casualidad que la traducción al indonesio de la palabra “silla” sea precisamente “kursi”.
Pues nada, sin problemas, a comer en el suelo, es como si volviera a mis años de acampada. Además, la presentación de las viandas era inmejorable, servidas sobre hojas de banano.
La contrariedad vino cuando puse el primer pie sobre el plástico, porque obviamente había que descalzarse antes.
Todas las piedras del planeta, bien puntiagudas, parecían haberse confabulado para esconderse bajo la lona y, con verdadera alevosía, clavarse en mis plantas. Sí, en las mías solo, los demás como si nada, como si pisaran césped.
Así que, aún a riesgo de quedarme lejos de la comida, me acomodé justo en la primera esquinita.
LA CENA
Las sorpresas continúan: nos dan un plato de plástico a cada uno aunque, para mi asombro era sólo para el sambal, la salsa picante. La comida se cogía de las “bandejas” directamente con las manos.
Pero no penséis que eran boquerones, o rodajas de merluza o cualquier otro pescado individual o en porciones, no, eran piezas grandes a las que todo el mundo se lanzó al ataque ipso facto arrancando trozos con los dedos. Sólo faltó el grito de “tonto el último”.
Ante mi cara de estupefacción y de “ahora qué hago” que, a juzgar por la risa de mi vecina de asiento, debió ser suficientemente explícita, con otra hoja me cogieron un poco de arroz y de otro pescado aún sin tocar y me lo pasaron. ¡Gracias a Dios!
La vista desde luego poco la aparté de mi plato, porque no quiero ni contar el estado en el que las bandejas iban quedando. A todo se acostumbra una pero ¡llevo aquí demasiado poco tiempo para compartir esta costumbre!
Por supuesto, cuando me ofrecen repetir, declino amablemente la invitación, voy llena, aunque no tanto de comida como de sorpresas y emociones diversas, por decirlo diplomáticamente.
Pero aún no he terminado de dar la nota, no. Me dispongo a levantar para lavarme las manos y no hay manera. Las piedras se me clavaron de tal modo que tengo todo adormecido, apoyar las rodillas y las manos me resulta hiriente y pedir ayuda, bochornoso.
Finalmente lo consigo, tras media docena de intentos de un lado y de otro. Menos mal que con el entretenimiento de la comida, casi nadie se dio cuenta de las poses y de lo que me costó…
Bueno, eso es lo que creía, pero mira tú que uno de los fotógrafos del grupo capturó todo el proceso, paaaso a paaaso.¡Hay que ser, eh! ¡Hay que ser! Lo bien que se lo pasarían luego todos viendo las fotos.
Confieso que hasta a mí me dio la risa, eso sí, acompañada del pensamiento ¡será ca….!
DEBATE EN LA PLAYA
Después de la cena, hale, nos vamos a la playa.
-¿Ahora, a las tantas de la noche? -Claro, es cuando hay que ir, no sé por qué a los extranjeros os gusta tanto ir de día y tumbaros al sol.
En realidad yo tampoco, prefiero ir al atardecer, pero de ahí a ir en noche cerrada después de todo el día de palizón… Estoy reventaíta y además, hace ya tiempo que dejó de parecerme bucólico contemplar las estrellas con el cuerpo picándome por la arena.
En fin, que no se diga, vamos allá. Apartando ramas nos guiaron por una estrecha senda, y, en dos minutos, madre mía, aluciné, estábamos en una playa totalmente virgen, alumbrados únicamente por nuestras linternas.
Allí, sentados en la penumbra, se habló de la problemática de la aldea. Sin agua corriente, sólo la del pozo, sin luz más que hasta las diez de la noche, luego sólo la del generador, con el pueblo más cercano a unas dos horas de carretera, sin empresas en los alrededores donde obtener trabajo…
Todos intentaban aportar posibles soluciones. A mí me iban traduciendo. Cuando llegó mi turno dije:
– Sitio apartado de la contaminación y del mundanal ruído, con una exuberante vegetación y una playa sin explotar. ¡Madre mía! Esto en Occidente sería una mina turística.
–No, no queremos que el turismo lo estropee. Llevan razón, pero con tan poca población, dudo que alguien invierta en mejoras si no es para obtener algo a cambio y no sé qué sería peor si eso o una industria.
–¿Y por qué no se trasladan a una población más desarrollada? inquirí.
–Esta ha sido su tierra por generaciones, no quieren abandonarla. También llevan razón, pero entonces difícil solución veo, al menos a corto plazo.
PREPARÁNDONOS PARA DORMIR
Con la amarga sensación de no poder arreglar el mundo, regresamos a la casa, ya para dormir, o eso espero.
–¿Dónde está el servicio? no lo he visto. -¿Para qué? –Pues para irme preparadita a la cama. –Ah, pues si necesitas el baño en la casetilla de allá enfrente.
La noche es totalmente cerrada. A duras penas vislumbro en mitad de la calle una caseta de madera desvencijada. -Llévate la linterna, allá no llega la luz del generador. -¿No tiene que ir nadie? ¿No? Pues yo sola ni de broma. Todo puede ser que me pase media noche bailando.
Lo cierto es que aquí descubres que con tanta transpiración, no se hace tan necesario el uso de las letrinas. Pero veo a las chicas yendo y viniendo por la casa con cepillos de dientes y pienso, éstas, como no me entero, se han querido quedar con la extranjera.
Entonces alguien me dice “si te quieres lavar los dientes y enjuagar los pies, ve a la cocina. Toma un vasito de agua mineral, no hay agua corriente. -¿En la cocina? Ah, pues habrá algún aseo que no vi.
Pues no, había un pequeño agujero en el suelo con un filo alrededor en donde hacías equilibrio con un pie mientras te enjuagabas el otro. Aunque como eso generaba cola, parte del personal optó por usar la pileta donde un rato antes habíamos cortado las verduras.
Uggggg, respiro profundo, menos mal que no había probado las verduras. Ni las probaré mañana, está claro.
POR FIN HORA DE ACOSTARSE
Insisten en que me vaya a dormir a una de las habitaciones, pero se me caería la cara de vergüenza. ¡Cómo hacerlo si al pasar hacia la cocina me ví a la familia durmiendo en la sala… sobre el suelo! Supongo que para dejarnos los colchones a nosotras.
¡Muyyy fuerte! Además, en el cuarto, tan pequeño, forrado de madera y con edredón, ya os lo mostré en el post anterior, el calor es agobiante. Estamos a casi treinta grados de temperatura externa.
Quiero acostarme en el porche, pero no me lo permiten, alegan que puede ser peligroso. Me pregunto ¿más que morir asfixiados?
Arrinconamos los muebles, y al suelo todas, con un mondo y lirondo sarong por colchoneta, y otro por pijama, con la ropa normal debajo, por supuesto.
Como si fuera una quinceañera, pienso en escurrirme fuera una vez se hayan dormido, pero cierran la puerta nada menos que con tres cerrojos. Pues nada, a quedarse toca. Gracias al mini ventilador a pilas que me prestaron, al agotamiento y a las emociones de todo un día, por fin, casi a la una, pude conciliar el sueño.
Pero ¿qué ocurre? A las 2 de la mañana suena una alarma. Alguien se olvidaría de quitarla, mejor no abro los ojos. A las 5 suena de nuevo, una no, varias. Jolín, quién estará jugando con el móvil a estas horas. A las 5,30 más, ¡pero bueno!
Abro los ojos y me veo a algunas chicas vistiéndose para rezar y a otras haciéndolo ya en el mismo salón. A las 6, la única que queda tumbada soy yo y la algarabía es total, así que decido levantarme.
¿Qué me esperará hoy? ¿Algo peor que lo ayer pero mejor que lo de mañana? La respuesta en el siguiente capítulo.
¿Te apetece seguir acompañándome en mi odisea “Sola ante el Peligro”?
- Capítulo 1 La Indonesia rural: Experiencia Phinisi
- Capítulo 2 Indonesia rural: La aldea Lemo Lemo
- Capítulo 4 Ducha en el paraíso y alguna reflexión
- Capítulo 5 Tana Toa Kajan, los Amish indonesios
- Capítulo 6 Pantai Kalukua y Pulau Liukang
12 septiembre, 2016 a las 2:13 pm
Gracias por tus relatos.
Ya espero con ganas el próximo.
Besos.
16 septiembre, 2016 a las 8:05 am
Gracias a tí, como siempre, por tu apoyo..