Visitemos un arrozal con cuevas y pinturas prehistóricas en Indonesia. Antes de que lo comiencen a explotar y lo estropeen.
Hemos planeado un día de excursión para visitar varios lugares cercanos a nuestro domicilio en Makassar, en la isla indonesia de Sulawesi. Me centraré aquí enel primero de ellos, Ramang Ramang, poblado de arrozales con pinturas prehistóricas, para dedicar un segundo post a los otros dos, Leang Leang y Bantimurun.
EL EMBARCADERO
Después de un par de horas en coche, que aquí es el tiempo normal para los cincuenta kilómetros que nos separan de nuestro destino, llegamos a un embarcadero en el que contratamos una barquita muy graciosa, de esas que parecen canoas.
Graciosa hasta que intentas sentarte en el suelo de un espacio tan estrecho, claro, entonces ya se le va la gracia, es más, la provocas tú, girando sobre ti misma hasta dar con la mejor forma de conseguirlo. Lo más parecido a un perrillo buscando la pose para levantar la pata. Pero bueno, no es tan grave.
Lo chocante fue descubrir que iba a motor (cómo cambian las cosas, Díos mío)

El embarcadero

¿Falta barca o sobran piernas?
LA TRAVESÍA
La travesía, entre un bosque de palmeras que emergían del agua, una especie que tiene las ramas abiertas, en forma de abanico, UNA PASADA. Si me he documentado bien, la especie se llama nipa palm fruticas. A los lados, riscos gigantes cubiertos de vegetación.
Nos deslizamos bajo un pequeño puente de bambú y hasta de alguna rocas horadadas. Lo dicho, una pasada, imposible captar en una instantánea toda la belleza que el paraje entrañaba. Y, sí, efectivamente, nos vinieron a la cabeza aquellos programas de De La Cuadra Salcedo.

Alguna vez hubimos de agachar la cabeza

Cómo se mantenía el puente de bambú en pie, todo un misterio, aunque más tarde comprobaríamos la sorprendente resistencia de este material
Tras unos quince o veinte minutos llegamos a destino, Ramang Ramang, un arrozal. Como si en Valencia, donde residía hasta ahora, no hubiera arroz, ¿verdad? Pero mira, no se nos había ocurrido nunca visitar uno allá.

La puerta no es precisamente blindada
Además, he de añadir que, tras él, en las rocas, había unas pinturas prehistóricas, lo cual hacía ya única la visita. De momento el lugar se mantiene bastante virgen, aunque comienzan rumores de que quieren hacer un hotel, a ver si no lo estropean, como suele suceder.

¿Merecía la pena? Creo que sí. Todo un espectáculo visual
EL ARROZAL
Me metieron por un caminito, entre arrozales, en el que los dos pies juntos no cabían. Hasta ahí bien, porque como había verde por los lados, no tenía sensación de pérdida de equilibrio.
Pero llegamos a un lodazal… La amiga indonesia que iba delante se hundió hasta el tobillo, y dijo mi marido: quítate los zapatos para no embarrarlos. Y dije yo, ¿hundirme en el barroooo? ¿Y más, descalza? Ni lo sueñes, yo no sigo!!!… Tú sabes que soy de ciudad de toda la vida, para qué me traes por aquí? Seguid vosotros, yo os espero en la entrada.
– ¿Y por dónde piensas volver sin guía? me contesta. Me giré y cierto, me encontraba en medio de una manta verde sin comienzo ni fin.
Es cierto, si una situación así ocurre estando con amigos, todo son risas, pero estando con la pareja…ya cambia.
Se hizo un silencio tenso, como si de una decisión a vida o muerte se tratara.
Mientras tanto, nuestra amiga indonesia y, sobre todo la guía del sendero, una niña en apariencia de no más de 6-7 años, pero que muy posiblemente tuviera casi el doble, miraban con ojos incrédulos, de haba, como pensando «y a ésta qué le pasa ¿no ha visto barro en su vida?

Esta personita es nuestra guía. ¿Asustada, tímida? ¿Explotación infantil? No, sólo ayuda a su familia. ¿Después de la escuela? Eso ya no lo sé.
Y… debo reconocer, que en el fondo, el lodo hasta era agradable, al ir hundiéndome hacía masajito, de verdad.
Además, cierto es que los zapatos no los manché, al menos en ese instante, aunque… las piernas, hasta medio muslo, las bermudas hasta la cinturilla, la camiseta hasta el cuello y el sombrero hasta las orejas… rozados por las suelas de los zapatos cada vez que levantaba el brazo para secarme el sudor, porque claro, “tó” esto a pleno sol con la temperatura de aquí.
Finalmente llegamos sanos y salvos y pudimos ver las famosas manos sobre las rocas. Nada de preservarlas de la intemperie, aunque tampoco era necesario preservarlas de gamberradas, una cosa por la otra.
El regreso mejor, hasta me regodeé un poco en el barro. A fin de cuentas, por casi lo mismo nos hacen pagar en los spas. Y pude disfrutar observando cómo trabajaban el campo.
LA CUEVA PREHISTORICA
En el camino de vuelta al embarcadero paramos en un segundo punto a visitar. Esta vez se trataba de una cueva prehistórica. Una de entre las 60 que, aproximadamente, se han descubierto hasta ahora, y que los expertos han datado con una antigüedad de entre 8.000 y 30.000 años.
Es un privilegio acceder a un lugar sin explotar pero, obviamente, no hay luz, ni pasillito, ni escaleras, ni arnés, ni ná de ná. Paraíso para los amantes de las grandes aventuras, pero para mí, de momento, demasiado. Ni siquiera ya hizo falta poner la socorrida excusa de que no llevaba los zapatos adecuados.

Hasta aquí llegué. Imaginaos seguir un camino así sólo con una linterna para tres. Bueno, reconozco que ni aunque llevara la central eléctrica encima.
Me quedé en la entrada de la cueva, en espera… en espera de que no apareciera ningún animalito entre tanto, como por ejemplo una serpiente o un lagarto, que no son tan difíciles de encontrar con tanta vegetación, que esto no está controlado como el Terra Mítica.
En cuanto a la cueva, reconozco que soy bastante cobardica, si bien en mi defensa he de decir que, entrar en un lugar así, sin equipo adecuado ni dispositivos de seguridad, yo lo denominaría, como mínimo, irresponsabilidad.
Disfruté muchísimo, eso sí, el trayecto a pie hasta llegar. Precioso, una verdadera jungla.
El sendero, lo mínimo que se despachaba, y más de una rama tuvimos que ir apartando. Sin duda, no había visto tanta vegetación de cerca desde que dejaron de emitir las películas de Tarzán.
Mereció la pena la parada, aunque sólo fuera por eso.
NOTA: Justo un año después de cerrar este artículo volví a visitar Ramang Ramang. Tal como se preveía. Un paraíso no dura eternamente. Las visitas han pasado de unas setecientas al año a más de mil a la semana. ¡Para echarse las manos a la cabeza!
Ya no das la voluntad a la familia por hacerte de guía sino que has de pagar una entrada. En el embarcadero han hecho puentes de madera con mesitas y algun chiringuito. Las aguas están plagadas de embarcaciones a motor y, como consecuencia, más sucias. Los senderos entre arrozales ya son caminos… Está mono, pero ha perdido su aspecto virgen.
¿Ganarán o perderán con el cambio? El tiempo lo dirá.
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6 abril, 2016 a las 9:53 pm
Magdalena te voy a nominar para supervivientes jeje, cierto es que el entorno es valioso por ser prácticamente virgen, pero ganas y decisión también muy necesario, precioso como lo detallas aupa pareja.
21 junio, 2016 a las 7:52 pm
Gracias Joaquín. Ganas desde luego le echamos. En cuanto a lo de supervivientes, no hace falta irse para tierras lejanas, que aquí también, aunque por distintos motivos, hay que echarle valor.
7 abril, 2016 a las 10:30 am
Precioso paraje. Como dices, merece la pena, incluso para las que somos de «ciudad».
9 abril, 2016 a las 5:18 pm
A veces más para los que somos de ciudad, ellos lo tienen tan visto que no le dan ninguna importancia
9 abril, 2016 a las 9:24 am
Jaja, sí, alguna vez me he sentido superviviente, aunque mis amigos de allá no entienden por qué.