Estreno mis retos literarios con un tema que escuece, el maltrato.  Desde aquí mi apoyo a todos aquellos que lo sufren, sean mujeres… u hombres.

SÉ QUE ME ESTÁS ESPERANDO

 

Abrió la puerta de su casa, salió al pequeño zaguán y miró tan alegre como de costumbre a los niños que, sentados en el escalón de la entrada, jugaban con sus soldados y tanques.

—¿Qué haces ahí fuera? —inquirió Fabián.

La sonrisa de Estrella quedó súbitamente congelada.

—Estoy arreglando las plantas —respondió con un tímido hilo de voz.

—Ya —vociferó él—. Y de paso a esperar, por si pasan los nuevos vecinos con sus miraditas lascivas.

Estrella quedó paralizada. Su tez tornó blanquecina.

—Por favor cariño, los nuevos vecinos son personas absolutamente normales, se limitan a saludar, sólo intentan ser educados –se defendió con debilidad.

Pero Fabián conocía perfectamente a su mujer y sabía cómo rematar sus faenas.

—Claro, claro. Y además los defiendes, algún motivo habrá. ¡Esas costumbres tuyas de embaucar  se van a acabar! ¡A partir de hoy no quiero volver a verte plantada ahí!

—Pero yo…

—¡Pero nada! Aquí se hace lo que yo ordeno ¿entendido? ¡Y ya estás tirando esas plantas a la basura!

Estrella bajó los hombros, recogió las macetas y enjugó con el puño una pequeña lágrima que pugnaba por salir. “No habla por sí mismo, dijo para sus adentros.

Fue lo mismo que se dijo ayer cuando la obligó a quitarse ese vestido que le ceñía la cintura, lo mismo que se dijo la semana pasada cuando le tiró el plato de comida encima por estar demasiado caliente, lo mismo que se dijo hace un mes cuando quiso tomar un café con las amigas y le quitó las llaves de la casa… Agachó la cabeza, entró en la vivienda y, casi con mimo introdujo las plantas en una bolsa.

—¡Vamos, ya estás tardando! —vociferó Fabián. Ella se apresuró a servirle una nueva copa de brandy. Le miró a los ojos… y comprendió que nunca reuniría las fuerzas necesarias para enfrentarse a su pareja.

Con brusquedad Fabián la empujó a la habitación, deslizó la barra del candado hasta asegurar la puerta cerrada y, largo rato después, tras apurar despacio hasta la última gota parda de la botella posada sobre la mesa, entró en el cuarto a recoger su galardón.

—Holaaa, cariño, sé que me estás esperando.

 

 

¿TE ESTÁS PREGUNTANDO…?