Casi recién llegada y marcho de viaje tres días a la Indonesia rural con gente desconocida. ¿Qué me esperará? … ¡Pero quién me mandaría a mí!
SOLA ANTE EL PELIGRO I
Llevo poco más de un mes en el país y, siendo urbanita y poco dada a las aventuras desconocidas en solitario, no sé si viviré una más atrevida que ésta. Tres días de inmersión total en la Indonesia rural.
Esta experiencia después de un año aquí con seguridad hubiera sido menos impactante, pero os aseguro que vivirla recién llegada, sin hablar nada de indonesio, sin conocer el país ni sus costumbres, sin conocer a la gente del grupo, ni siquiera teniendo del todo claro su cometido… le eché valor.
Me vais a permitir que me salga de la redacción típica de un post porque os quiero relatar la historia paso a paso, quiero que os pongáis exactamente en mi lugar, en mi “pellejo”, así sabréis lo que sentí minuto a minuto.
Tres días dan para mucho así que lo he repartido en etapas. En total me salieron seis relatos. He aquí el primero de los que he dado en llamar cariñosamente: TRES DÍAS, SOLA ANTE EL PELIGRO.
EL PROYECTO LONTARA
Cuando, antes de trasladar mi residencia a Indonesia, vine de avanzadilla a inspeccionar la ciudad de Makassar, conocí en un museo a la fundadora del Proyecto Lontara. Se trata de un grupo que intenta ayudar a preservar el paisaje y la cultura bugi, uno de los más importantes grupos étnicos de nuestra isla, Sulawesi.
Quedé en que cuando me estableciera definitivamente en la ciudad, contactaría con ella. Y así lo hice.
– ¡Qué bien que me llames justo hoy! me dice. Este finde realizamos Experience of Phinisi, un viaje de tres días, turismo y concienciación de la vida en la Indonesia rural, ¿Os apuntáis? -Oh, cuánto lo siento, mi marido trabaja. -Pues ven tú sola.
-¿A dónde vais? -A Lemo Lemo, una aldea, para conocer su problemática e intentar aportar soluciones. Después a Pantai Bira, una de las playas más conocidas de la isla, a hacer snorkel y ver cómo construyen las phinisi y… al poblado Tanah Toa Kajang.
¡Qué oportunidad! ¡Conocer un trocito de la más pura Indonesia, la rural, a través de los ojos de su propia gente!
No me lo podía perder, sobre todo la visita a los kajang. Había oído sobre ellos, son los amish indonesios. Viven como siglos atrás, y no permiten la entrada a su poblado más que con autorización, que sólo se concede 10 ó 15 veces al año.
Uf, ahora o nunca.
Mi marido no pudo cambiar su programación de trabajo pero yo acepté, sobre todo empujada por él, quien quedó realmente compungido por no poder acudir también.
MIS DUDAS
Preparé mi mochila. Todo perfecto… hasta la noche antes, en que me dí cuenta que no tenía datos exactos de a dónde iba y mucho menos de con quién.
¿Y si desaparezco del mapa? –Mira que eres peliculera, contestó mi marido. -Oye, no sería la primera. -Pues relájate y disfruta. –Qué graciosooo.
En fin, que pasé de entusiasmada a ligeramente acongojada para terminar definitivamente acoj…. Vamos ¡que la noche medio en vela! Pero mi curiosidad venció, y a las nueve en punto de la mañana estaba ya en el punto de encuentro.
Observé que todos eran chicos jóvenes, veinte personas, entre 20 y 30 años y, a priori no tenían mucha pinta peligrosa, así que “p´alante”.
Y no es que no tuviera tiempo de echarme atrás porque mientras llegaron todos, se cargó la comida, se hizo la foto de familia, etc., etc., cuando salíamos eran ya las once de la mañana.
EN EL BUS
Pensé en sentarme junto al conductor, el mejor sitio para ver el paisaje, pero mi instinto de supervivencia sabiamente me aconsejó que era preferible la segunda fila, mejor que viera menos a que pusiera en peligro el corazón.
No, no, ya sé qué pensáis, mi corazón de momento está bien, gracias, pero tampoco hay que abusar de él.
Aquí se conduce por la izquierda, así que hasta que te acostumbras vas de sobresalto en sobresalto, pero es que además:
¿Que adelantamos en raya continua? No importa, no viene nadie. ¡Que sí, que sí, que ahora viene uno! No importa, se pita. ¡Que no nos da tiempo, que no nos da tiempo! No importa, se pita más largo.
¿Que encima estamos cuesta arriba y el bus no tira bien? No importa, ya se aparta el que viene de frente…….
Y lo hace, eh, lo hace, y sin pitada ni nada. Saca la mano eso sí, pero no para lo que esperas sino para saludar al cruzarnos.
Esta imagen pertenece a otro viaje, pero es un claro ejemplo de la conducción habitual. Se supone que hemos de estar en el carril izquierdo ¿no? ¿Qué hacemos entonces en mitad de la línea continua cuando además nos viene de frente coche y motooo?
Uf, todavía estoy latiendo al galope y no dejo de pensar que mi marido ha debido ser indonesio en otra vida, porque mira que de siempre, cuando adelanta a un coche y le grito desorbitada porque a duras penas nos dará tiempo, me dice, no te preocupes, tranquila, ya se apartará.
Por lo demás, el viaje está siendo divertido. No tengo ni idea de lo que dicen, pero se ríen con tantas ganas, que contagian. Y esa música que suena a todo volumen, cuando menos te lo esperas, “All about that bass”, de Meghan Trainor, es tan pegadiza que todos botamos de nuestros asientos cada dos por tres.
Aunque creo que al igual que yo, tampoco entendían bien la letra porque con lo púdicos que son en Indonesia, no sé si con ese toque simpático pero picantón que tiene la habrían tarareado tanto.
Me llaman mucho la atención las señales de tráfico anunciadoras de mezquitas. En España se anuncian los templos, ya lo sé, la diferencia es que allí generalmente sólo los de valor histórico o artístico, mientras que aquí todos, ya que se ha de rezar cinco veces diarias y a los que van de paso les viene bien saber dónde está la más cercana.
OCHO HORAS PARA 150 km
Paramos dos veces para que rezaran los que lo desearan, que eran casi todos. Yo estuve por apearme también y en una esquinita encomendarme a San Cristóbal, patrono de los conductores.
Y no es que yo sea muy de santos pero, esas jugadas del subconsciente, lo que más me venía a la mente en todo el rato que llevábamos en el bus eran aquellas medallitas imantadas con la efigie de San Cristóbal, a veces acompañada de la Virgen del Carmen, que se ponían en los coches en los 70. Si entonces protegía, imagino que ahora también.
Otra parada fue en un tenderete callejero para aprovisionarnos de pescado. Para estar en medio de la calle, con un calor de órdago y sin hielo ni cámara frigorífica, no tenía mala pinta. Además el olor denotaría si no estuviera bien fresco.
Una cuarta paraeta fue en un pequeño supermercado y dos más no sé para qué, en medio de la nada.
Me habían dicho que para esos 150 km de trayecto necesitaríamos unas 5 horas, ahora lo entendía. Aunque al final no fueron cinco sino casi ocho. ¡Ya me lo veía venir!
Por si no hubieran sido suficientes parones, tuve que ser yo precisamente la causante de otro más y es que, si bien al principio no bajaba para nada, llegó un momento en que se hizo ineludible ir al baño.
Y no, no aproveché ninguna de las otras veces porque como no suele haber papel en los mismos, pensaba que era mejor aguantar para que los clínex duraran más.
Craso error, porque cuando te decides, ya vas de urgencia y agacharte a una letrina de esas de suelo, malo, y mantenerte en cuchillas largo rato, peor. Te tiemblan las piernas que da gusto. Y luego suuube, con ese tembleque y sin agarrarte a nada, cuidando además de no soltar la ropa.
No entiendo cómo se adaptan al móvil y la tablet y al sanitario no, no lo entiendo.
LA CORTESÍA INDONESIA Y EL DURIAN
Pero en fin, a pesar de las ocho horas, no se hizo largo porque había cinco chicos que hablaban inglés y todo el viaje se fueron turnando a mi lado para darme conversación. Este es otro acto cortés de Indonesia. Si estás solo, alguien acude siempre a acompañarte sea la circunstancia que sea.
Compartimos mucha información, fue muy instructivo para ambas partes, un gran intercambio cultural.
El único momento delicado fue cuando repartieron las cajas de comida en el bus: tortitas de durian.
¡Dios míoooo, la famosa fruta que muchos dicen que es tan repulsiva! ¡Que su olor es tan desagradabe que incluso está prohibida entrar con ella en el transporte público y muchos hoteles!
-La gente, la gente… habladurías. Pruébala.
Así que todos pendientes de mi cata. Adiós a mis pensamientos ocultos, ¡sin posibilidad de dejarla en ningún rincón! …
Ocupé mi mente encomendándome a todos los santos, sonreí cuanto y como pude y tomé aire para tragar sin respirar.
Uhh, pues no es que fuera mi plato favorito, pero afortunadamente, con azúcar y frita, podía pasar.
–¿Ves como no es para tanto? Te traigo más. -No, gracias, estoy llena, respondí con la esperanza de que el ruidillo de mis tripas no delataran el pequeño embuste. Además, tampoco era cuestión de pecar de gula ¿verdad?
¡POR FIN! … LLEGADA A DESTINO
La estrecha carretera se convierte en un ceñido sendero pugnando por sobrevivir entre la tupida vegetación. Mis temores vuelven a aflorar. ¿A dónde me llevan? Desde luego ya me podrían buscar que esto no lo encuentra ni el Tato. ¡Que Dios me coja confesada!
Sea lo que sea, al menos por fin llegamos a destino, la aldea Lemo Lemo.
Desde luego no parecía París. Unas pocas casas, unas más arregladas y otras más desvencijadas nos recibieron. No cabe duda de que estamos en plena Indonesia rural.
¿Qué me encontré? ¿Cómo nos recibieron y nos trataron?
¿Descripción de la aldea, del interior de las casas tradicionales, de la cena en el suelo, del rezo, del cine…?
Claro que sí, pero ya en el próximo post. Os espero, seguro que ponéis casi la misma cara de estupor que yo cuando lo viví.
¿Te apetece seguir acompañándome en mi odisea “Sola ante el Peligro”?
- Capítulo 2 La aldea Lemo Lemo
- Capítulo 3 Una velada en la Indonesia local
- Capítulo 4 Ducha en el paraíso y alguna reflexión
- Capítulo 5 Tana Toa Kajan, los Amish indonesios
- Capítulo 6 Pantai Kalukua y Pulau Liukang
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