Si tuviera que resumirlos en una sola palabra, tal vez elegiría hospitalidad. Si por un gesto, su sonrisa.

Indonesia, para mí, no es sólo un paraíso por sus paisajes vírgenes sino también porque me ha enseñado a VIVIR. Sí, así, con mayúsculas. Aprendes a despojarte de preocupaciones y de convencionalismos y a disfrutar de las pequeñas cosas.

Cierto es que, como en cualquier país, existen, pero he aquí la ventaja de no hablar más que cuatro palabras del idioma. No entiendes las noticias nacionales y las internacionales, para qué molestarse en buscarlas en internet, estamos lejos de todo, poco nos va a afectar. A no ser que se líe del todo este mundo, que desde luego trazas lleva.

Cierto también que al cabo de unos meses acabas rindiéndote y las lees, pero más que nada por poder seguir las conversaciones cuando vuelves a España en vacaciones.

Vale, algo de broma y exageración hay, pero no demasiada. Aquí, un inmenso segmento de moradores vive ajeno a los problemas más allá de su poblado. Tened en cuenta que, con más de diecisiete mil islas, aunque no sé cuántas de ellas están pobladas, la mayor parte de la población es rural.

Su día a día consiste en satisfacer las necesidades básicas y cumplir sus obligaciones religiosas y vecinales, entendiéndose por tales no el día que toca barrer la escalera, como sería nuestro caso, sino echar un capote a los integrantes de su comunidad, ya sea para arreglar la moto, ampliar la casa o ayudar a sufragar un entierro.

Todo, a cambio de nada, tan sólo unas palabras de agradecimiento, un vaso de agua o té y un plato de arroz con lo que pilles por casa. Sólo eso porque se espera, se sabe, que cuando sea necesario habrá reciprocidad.

¿Cuántos años que no se hace esto en nuestro país? Cincuenta al menos. Ahora, la mayoría de las veces si oyes un “buenos días” mientras pasan por el lado ya te puedes dar con un canto en los dientes y es que, desde que no se da urbanidad en el colegio parece que la cortesía y la educación costaran dinero.

Ya en mi primer post, introductorio, dejaba constancia de lo mejor de este país, bajo mi punto de vista, su gente. Ha llovido bastante desde entonces y me reafirmo en ello.

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No soy tan ingenua como para pensar que todo el mundo es bueno. Como en botica, hay de todo, sus delincuentes, sus usureros, sus corruptos, etc., etc., de todo eso ningún país se libra, pero en cinco años, personalmente, poca queja puedo tener.

En general, la gente aquí es afable por naturaleza, es hospitalaria por naturaleza, es respetuosa por naturaleza y es educada aún sin haber pisado ningún colegio.

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Mujeres de una aldea deprimida ofreciéndome parte de su comida y regalos

No voy a negar que ocurre como en cualquier estado, que a medida que sus comunidades crecen y “avanzan” se va enfriando el altruismo y la generosidad. Pero, con doscientos cincuenta millones de habitantes tan esparcidos por áreas recónditas, hasta que eso llegue definitivamente, aún queda… o eso espero.

Yo ya no estaré aquí para lamentarlo, posiblemente ni siquiera en este mundo. Así que ahora, en mi día a día, disfruto de las numerosas muestras de generosidad que me brindan: hacen una hora de coche para traerme un dulce típico que han cocinado ellas o una prima que no me conoce, o para acompañarme a cualquier lugar si saben que estoy  sola. Se prestan raudos a acudir si no me aclaro con el electricista y el fontanero, o me mandan a casa al marido médico si tengo un simple resfriado.

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Este día vinieron cargadas de alimentos para cocinar en mi casa. No me dejaron entrar en la cocina

Y es que su generosidad es, digamos, “ampliable”, es decir, no sólo me ofrezco yo a lo que haga falta, sino que cualquier amigo o pariente entra en mi saco y hará el favor a un tercero desconocido si yo se lo pido. Esto… vamos… es casi una ley.

Si te urge una faena o si necesitas algo y no te atreves a comentarlo a ningún conocido por corte a incordiar una vez más, no hay problema. Sales a la calle y al primero que pase le dices si conoce a alguien que te pueda solucionar la papeleta. Si es posible, lo harán ellos mismos y si no, se encargarán de buscar a algún primo, tío, hermano o  vecino.

Como ejemplo, cuando necesité echar una mano de cemento en mi patio, el chico cogió de una obra en la misma calle el material, sin permiso alguno, sin que nadie se inmutara, y en media hora listo. Encima no te piden dinero aunque, por supuesto, agradecen la propina.

Otro día buscaba en una tienda una caja bonita para empaquetar un regalo. Como aquí esas cosas no se estilan mucho y no tenían, ni corto ni perezoso el señor sacó un juego de toallas de su embalaje para regalarme el estuche.

En fin, esas cosas que te chocan y que dices, ¡pero cómo no se me ocurrió hacerlo a mí, con lo fácil que era!

A lo largo de todo el tiempo que llevo publicando os he ido contando detalles de la forma de ser y pensar de la población indonesia, y de algunas de las costumbres y tradiciones que me han hecho entender un poco mejor a este pueblo.

No me quiero repetir por lo que, para aquellos que os habéis incorporado tarde, os dejo los enlaces de algunos de los posts donde, de desearlo, podréis obtener más información: Saludos callejeros, Normas de comportamiento, Matrimonios, Boda musulmana de gente bien, La mujer en Indonesia, Ramadan e Idul Fitri, Vestirse para ir de boda, Tana Toraja: Ritos funerarios…..

A mí me gustan esas sencillas muestras de respeto que a veces he referido: esa humilde petición de permiso para pasar por delante de alguien, esos emotivos gestos de las manos e inclinaciones para dar las gracias o pedir perdón, esa profunda consideración hacia las personas mayores, sean de la condición social que sean…

Aunque ojo, que aquí a partir de los cuarenta ya entras en ese grupo. Y es que, de jóvenes aparentan mucha menos edad pero a partir de los cuarenta, la inadecuada alimentación y la falta continuada de asistencia médica, generalmente por motivos económicos, provocan un envejecimiento acelerado.

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¡Cómo no sentirse jovenzana con estas compañías!

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Pero tampoco hay que dejarse engañar por las apariencias, una cosa es el respeto en el trato y otra que no distingan entre las diferentes clases sociales. Por supuesto que hay barrios de ricos y de pobres, centros comerciales de ricos y de pobres, hospitales de ricos y de pobres… y las uniones conyugales rara vez se llevan a cabo entre personas de diferente status, sobre todo si es el pretendiente el de inferior nivel.

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Comparemos esta casa con las de la imagen inferior

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Como curiosidad, en las entradas de algunas casas hay una placa indicando “Doctor fulanito de tal”. Para mi asombro, no se trata siempre de médicos. Ya sean de Filosofía y Letras, de Economía o de cualquier otra carrera,  el tratamiento lo exponen para conocimiento general.

Como contrapartida también he de decir que muchos profesionales, no importa de qué sector, no cobran sus servicios si el cliente no tiene suficiente poder adquisitivo. O bien la minuta va acorde a la capacidad económica de cada uno… Tengo amistades que no levantan cabeza por este motivo y, sin embargo, no veo que les inquiete.

En resumen, gente sencilla, entregada, alegre, bulliciosa al juntarse, curiosa como niños…aunque quizá hayamos de andar con precaución si somos muy amantes de nuestra intimidad. Las noticias van que vuelan y si les caes bien, no dudes en que sin invitación se plantarán en tu casa. No importa si sólo les dijiste el barrio donde vives, el resto les será fácil de averiguar.

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¿Compensa aprender de ellos y actuar en consecuencia? Eso ya es cuestión de cada uno.