O la amas o la odias: Ciudad gigantesca, abarrotada, cosmopolita y llena de contrastes
Jakarta, la hija mayor de Indonesia, o Yakarta, como la queramos escribir, está situada en la isla de Java, a dos horitas de vuelo de nuestra Makassar.
Su importancia se comenzó a fraguar en el siglo XVI cuando, como ya explicábamos en el post “Indonesia ayer y hoy…”, los holandeses llegaron a las Célebes y se dieron cuenta de su potencial económico como punto estratégico en el comercio de las especias.
La denominada entonces Jayakarta, disponía de un buen puerto y el gobierno de la VOC, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, no dudó en instalar en la que rebautizaron como Batavia, su cuartel general, desde el que se dirigía el mayor imperio marítimo del mundo.
Después de muchos altibajos a través de la historia, tras la ocupación japonesa durante la II Guerra Mundial, Indonesia logró finalmente independizarse, y la ahora Yakarta se convirtió en su capital.
Como es habitual en las capitales, el centro financiero y político del país se encuentra allí y eso ha ido atrayendo cada vez a más población, tanta, que a fecha actual se cuentan más de diez millones de habitantes, la ciudad más poblada de Indonesia.
Si le sumamos la población de su área metropolitana, las ciudades-dormitorio, llegamos a los 30 millones, todos ellos en una superficie de unos 620 km2 lo que le otorga el título de la cuarta ciudad más poblada del “mundo mundial”.
Esto, obviamente conlleva una sociedad en la que la clase rica es muy rica, y la pobre, muy pobre, aunque bien es cierto que la clase media es bastante numerosa.

En estas imágenes de Google se pueden observar los contrastes.
Pero, ¿qué es lo primero que llama la atención en Jakarta? Pues, como no puede ser de otra manera con esa población, el tráfico. El tráfico es pura y llanamente, aterrador. Unos pocos kilómetros, cinco-diez…, se pueden convertir entre semana fácilmente en hora, hora y media.
El primer día te asombra y sonríes paciente, el segundo parece que te vas acostumbrando y, el tercero… el tercero, a poco que te tengas que desplazar dos o tres veces, estás hasta las narices. Así que por fin me alegro, me alegro infinito de que no nos destinaran a Jakarta como al principio, cuando no lo conocíamos, deseábamos.
Las autopistas tampoco se libran de los atascos, para nada. Varios kilómetros antes de llegar a las zonas de pago, ya estás parado. Cuando hemos de acudir a Jakarta nos solemos alojar en un maravilloso hotel del que algún día os hablaré, en Tangerang, uno de esos municipios dormitorio, a 24 km de distancia de la capital. Pues bien, con suerte, en taxi, por autopista, nos cuesta entre 40 y 60 minutos. En horas punta o días de lluvia, échale hasta tres horas.

Imagen de mmexport
De veras, es para vivirlo, absolutamente exasperante. Solución puede que haya, con carreteras elevadas, monoraíles… pero mientras dure la construcción, no quiero ni pensar el caos circulatorio.
Los que hacen negocio son los vendedores de a pie. Sin salir del coche puedes comprar comida, bebida, el periódico o un regalito para el niño. Tienes tiempo para elegir, para regatear, para comer, para el cigarrito… y aún te sobra un poco.
Pero lo que más llamó mi atención fue ver gente parada sin más, al borde de la autopista. Qué pintaban ahí lo descubrí meses después de mi primera visita y es que, para paliar de alguna manera este exceso de tráfico, en horas punta y en determinadas carreteras, sólo está permitido el paso a vehículos con al menos tres pasajeros. En otras calzadas, se habilita un carril más rápido para ellos. ¿Y qué hacen estas personas? Se “alquilan” a sí mismas como pasajeros para hacer el cupo. ¡No digáis que no hay ingenio para todo!
El fin de semana se alivia el tráfico. Los taxis no son caros pero, si os aclaráis con los autobuses de línea, en días de atasco sin duda son la opción más rápida ya que poseen un carril sólo para ellos.
Eso sí, habréis de tener en cuenta que hay algunos vagones exclusivos para mujeres. Un icono femenino se muestra en el exterior de los mismos para conocimiento general. Y un guardia armado con cara de pocos amigos controla que no se cuele ningún hombre, aunque si te ven extranjero y con cara de no saber de qué va, puede que no te bronqueen demasiado.
Otra cosa que me llama la atención son algunos de los carteles que encuentras bien en los autobuses o en los vagones de los trenes: Iconos prohibiendo comer, beber o escupir en el interior, pueden entrar dentro de lo normal. Te choca algo más la prohibición de llevar durian, esa fruta que comentamos ya una vez, y es que, aún siendo tremendamente popular, muchos consideran su olor nauseabundo.

Por si no se entiende la última, eso es el durian
Y, en cuanto a chocante, no digamos esta otra prohibición de «no meter mano», no por lo que implica, por supuesto, sino por lo poco visto, al menos por mí.

Imagen de GildoKaldorana
A lo que parece que todavía no hemos llegado es a otro tipo de prohibiciones habituales en algunos países vecinos. Gildo, compañero bloguero, mostraba la imagen en un simpático post.
Así que si viajamos por Asia, en este caso concreto Singapur, más vale tener cuidado con lo que ingerimos, no vaya a ser que terminemos multados por contaminación atmosférica.
Sin embargo, el transporte más popular, aunque no está permitido su acceso al centro urbano, es el denominado bajaj. Podríamos decir que es el equivalente al bentor de Makassar, aunque de aspecto distinto, algo más grande y “sofisticado”.

Imagen de flickriver
Yo no tengo del todo claro si encuadrarlo como coche utilitario con pretensiones de descapotable o como moto molona, de las que yo necesitaría, con tres ruedas para no caerme y sitio para la compra.
Lo cierto es que son prácticas, en el habitáculo trasero caben dos, tres, cuatro pasajeros… depende de la estatura, gordura y lo bien que se sepan acoplar, y aparcar… en cualquier sitito.
Hace años intentaron eliminarlos pero ¿quién puede controlar a tantos millones de personas, máxime en barrios poco favorecidos?
A pesar del gran inconveniente del tráfico, alguna que otra vez merece la pena escaparse por Jakarta. Allí encuentras de todo lo que adoleces en el resto del país, en unos centros comerciales de un lujo que no tienen nada que envidiar a los de cualquier país occidental, más bien todo lo contrario.

Ocho o nueve plantas, no recuerdo, exclusivamente de primeras marcas. ¡Qué poderío! Aunque mucha gente que digamos no había por los pasillos…ni en las tiendas.
Os va a parecer inverosímil, y hasta algo aberrante, pero pasear por algunos de los centros comerciales de la ciudad se hace casi imprescindible. Si no hubiera entrado en algunos de ellos, por ejemplo, el Gran Indonesia Mall, sería como faltarme algo: tres altísimas torres conectadas por pasillos, ¡no puedo imaginar el número total de tiendas!
Más vale comprar en el primer sitio que te guste algo porque, como pretendas ojear primero, necesitas toda la jornada de pateo y, si decides volver al local que viste al principio… lo llevas crudo si no apuntaste la ubicación.
Aunque no sé qué me causó más sorpresa, si la magnitud total o la planta de los restaurantes, donde te sumerges en el decorado de diversas calles de lo más variopintas. Buena comida, no estoy del todo segura, pero sofisticados unos pasillos y simpáticos otros, desde luego que sí.

Esta de estilo clásico, con grandes esculturas sobre las columnas y en la parte superior del frontal.

Colonial.

Podría representar a La Mancha pero, yo diría que era a Holanda, mucho más afín históricamente a ellos.

He visto faros y barcos reales más pequeños que éstos

Este es un mall distinto, bastante más modesto, pero con su mini parque de atracciones interior, como es habitual en casi todos los centros comerciales. El entramado metálico morado y amarillo es, no me lo podia creer, ¡una montaña rusa!
En Jakarta, por encontrar, encuentras hasta ¡aceras!
Parece que estuviera diciendo una bobería, pero os aseguro que se agradece pasear por la calle sin temor a ser atropellado, que es lo habitual en casi todo el archipiélago ante la inexistencia de aceras o la imposibilidad de acceder a ellas por motivos varios (vehículos aparcados, mercancías exhibidas, gente echando una siestecita….)
También puedes disfrutar de muchísimos museos, no demasiado grandes -mejor, menos cansados-, pero sí bastante interesantes.
Comentar ligeramente lo que hay que visitar en la ciudad lo haremos quizá otro día. Hoy finalizaremos el relato comiendo en un bonito y popular restaurante, el Café Batavia, cuyo aspecto colonial te transporta al pasado, repleto de muebles y fotografías antiguas que ya de por sí merecen su ratito.

Unos doscientos años de historia en sus paredes

El edificio más antiguo de Jakarta después de la Casa del Gobernador.

Para los que somos restauradores, una delicia contemplar este magnífico trabajo de rejilla en los sillones.

Sabor colonial por los cuatro costados
Desde él obtenemos una magnífica visión de la plaza Fatahillah, sin duda la más famosa y animada de la ciudad. Un lugar en el que todo foráneo y local termina recalando. El frente lo domina el Museo Histórico de Jakarta en el bonito edificio que antiguamente fuera la sede del Gobernador General del VOC.
Pero en realidad, no es esto lo que le da fama a la explanada, sino su bulliciosa algarabía, acrecentada a diario al caer la tarde: numerosos colegiales en uniforme haciéndose fotos con distintos personajes infantiles, grupos de amigos charlando, dueños de animales haciendo alarde de sus mascotas, léase serpientes, y otras lindezas por el estilo…

Me sorprenden sus miradas, más inquisitivas que otra cosa. Con casi toda probabilidad, nunca vieron nada parecido.

Con dos luwak, civetas, «responsables» del café más caro del mundo del que ya hablamos en su dia
También puedes alquilar bicicleta para dar vueltas por la enorme plaza… y, si como yo, no eres muy diestro con ella, al menos podrás probar las estáticas.
En cualquier otro momento y lugar me hubiera parecido una turistada insufrible, pero, de verdad, con tanto edificio colonial, fue irresistible el impulso de meternos en la escena. La ropa no acompañaba del todo, es verdad, pero los sombreros son únicos. Así que…, al lío… ¡antes muerta que sencilla!
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