Por primera vez hago vida como un local más en la Indonesia profunda. ¿Cómo son sus casas y aldeas? ¿Me acompañas a compartir cocina, habitación y rezo con ellos?

SOLA ANTE EL PELIGRO II

¡Aleluya! Sí, por fin, después de ocho horas para hacer ciento cincuenta kilómetros, llegamos a destino, la aldea Lemo Lemo.

Mis temores de desaparecer del mapa desaparecen ante las indefensas miradas de los pobladores.

LA JEFA DE LA ALDEA

Paramos en una de las primeras casas, donde vivía la jefa del poblado, cargo que suele recaer en alguna de las personas más ancianas de la comunidad. Sí, a mí también me sorprendió que no fuera un hombre.

Los indonesios son muy respetuosos con la mayoría de las tradiciones y más aún con las personas mayores, así que lo correcto es que una representación de los visitantes pidan permiso a la jefa de la comunidad, tanto para entrar como para permanecer o salir de ella.

Para que no haya que ir preguntando demasiado, suele estar señalizada. Podemos ver el cartel negro donde dice «Kelapa desa«, literalmente «cabeza del poblado«.

La Indonesia rural, aldea Lemo Lemo, casa del jefe del poblado

Enseguida nos dio la bienvenida y sólo pidió que no alborotásemos mucho porque acababa de fallecer un vecino. ¡Vaya, qué mal momento elegimos, pobre hombre!

LA ALDEA LEMO LEMO

La aldea estaba formada por una sola calle, de gravilla,  a cuyos márgenes se alineaban menos de una docena de casas tradicionales de madera, unas impecables otras  desvencijadas, pero todas perfectamente pulcras. Y, al fondo una pequeña mezquita.

Aún tan pequeño, o tal vez por eso mismo, no faltaba una tienda. No era el Carrefour ni el Mercadona, pero daba su apaño.  Todo lo demás alrededor del poblado era espesa vegetación.

casa de madera en aldea de Indonesia rural, Indonesia

Adjudicaron una casa a las chicas y otra a los chicos. Me incluyeron con las chicas, claro, a pesar de que todos se dirigían a mí como Ibu, es decir, señora.

Afortunadamente lo de Ibu me suena mucho mejor que lo de señora porque, aun con todos mis ruegos, no dejaron de hacerlo y es que, en Indonesia, a toda persona adulta mayor que tú, como señal de respeto, se le antepone el tratamiento de señor o señora, sin importar si tu condición social es superior a la de ellos.

Yo pensaba que aquel lugar era algo así como una zona de turismo rural o un hostal de carretera y que pagaríamos la estancia. Pero no, las familias nos abrieron las puertas de sus hogares desinteresadamente.

A cambio, simplemente compartimos nuestra comida con ellos liberándolos esa noche de cocinar. Y esto, más como detalle que como obligación. Este es el tipo de hospitalidad a la que por habitual no dan ninguna importancia pero que a mí no deja de asombrarme y admirarme.

casa tradicional en aldea de la indonesia rural al sur isla Sulawesi

LA CASA

Hasta ahora no había entrado nunca en una casa tradicional, y menos habitada por sus dueños. Tenía curiosidad por saber cómo eran por dentro y cómo las decoraban. Os describo:

Enteramente de madera y sobre pilastras, la vivienda poseía un amplio porche desde el que se accedía a una sala de estar decorada con una vieja alfombra, un conjunto de sofá y dos sillones y una mesita baja.

De la pared sólo pendían algunas fotos de graduación, alguna bombilla y una luz de emergencia porque, según nos indicaron, a las diez de la noche cortaban la electricidad.

sala de madera de casa rural de Sulawesi

Algunas vigas de madera no mostraban un aspecto demasiado tranquilizador. El techo estaba decorado o no sé si simplemente protegido, por plásticos y telas variadas y, observándolo, la mirada se me va a una fotografía colocada inusitadamente alta y sujeta a la pared con cinta de embalar.

techo de casa de madera en Sulawesi protegido con tela y plástico

A un lado se abrían dos pequeños habitáculos, ocupados cada uno, enteramente, por un colchón de matrimonio.

Me asombra ese toque coqueto de estar encajonado en una celosía de bambú. No le falta el cabecero, ni tampoco… ¿un edredón? No sé si con una temperatura de 30-35 grados todo el año será muy necesario, pero bueno, ellos sabrán más que yo.

habitación de bambú en casa rural indonesia

De frente una muy amplia sala diáfana con dos estanterías metálicas sobre las que reposaban cacharros de cocina y otra estantería de madera con una tele.

En el lateral de la sala se vislumbraban dos habitaciones más en las que no llegué a entrar pero que deduje serían similares a las anteriores.

Los cables de las bombillas y la televisión colgaban por las vigas de toda la estancia.

cocina en aldea de Sulawesi

Al fondo del todo la cocina, compuesta por una pileta cuadrada grande a ras de suelo, una mesa repleta de cacerolas y una pequeña cocinilla de leña en un rincón.

En su lado derecho, sin pared ni cortinilla alguna, una cama donde estaba confinada la abuela de la casa. La imagen fue estremecedora, más aún cuando, para tomar un tazón de sopa, se incorporó y se acercó al fuego arrastrándose por el suelo. Una de esas imágenes que te revuelve por dentro y que te acompaña de por vida.

La cocina, como en todas partes, es un lugar de reunión. Aunque fijaros, a pleno y soleado día esa era la luz natural dentro de ella. Las bombillas no se encienden más que por la noche y el mínimo imprescindible.

cocinando en casa rural indonesia

ROMPIENDO EL HIELO

No conocía más que a dos chicas y de sólo dos ratitos, así que nos sentamos un poco en la sala y comenzamos a romper el hielo. Ganas por parte de todos había, aunque hasta que no desarrollen un poco mejor la tecnología de los traductores simultáneos, la lengua sigue suponiendo una gran barrera.

Un par de chicas me dijeron “I speak English little, little”. Carcajadas generales. Ya lo creo que little, little.

A lo que respondí “Saya berbicara bahasa Indonesia (yo hablo indonesio) litle litle”. Nuevas carcajadas, aún más sonoras.

Ya éramos colegas.

PREPARANDO LA CENA

Cansados después de una larga jornada y con la mala noticia del fallecimiento de uno de los miembros de la comunidad, pensaba que cenaríamos algo de bollería y a la cama, que acababan aquí las emociones del día.

Pero resulta que no, que era ahora cuando empezaban.

Así que, mientras los chicos preparaban en su casa el pescado que habíamos traído en neveras de hielo, las chicas nos fuimos a cocer el irremplazable arroz. Qué estupendo, en consideración a mí, no le pondrían picante, éste se lo añadiría cada uno individualmente, porque no cabe duda, si indispensable es el arroz, no lo es menos el sambal.

cocinando en cuclillas en casa de aldea indonesia

Mi sorpresa fue ver cómo cocinaban, en cuclillas todo el rato. Otras chicas, en cuclillas también, picaban verduras y tomates en la placa del suelo directamente.

Yo dije “¿por qué no ponemos el hornillo sobre la mesa y cocinamos y picamos las verduras sobre ella? Sería más cómodo estar de pie”.

¡Tierra, trágame! Todas las extrañadas miradas fijas en mí fueron respuesta suficiente.

Pero por si no tenía mis ideas claras, me lo explicaron. “Es que se cocina así, de toda la vida. No sé por qué los extranjeros cocináis de pie, es más cansado. Además, la mesa es para los cacharros, no para cocinar ni comer”.

Ah, bueno, pues ya me quedó claro ¿ves? Cada día se aprende algo nuevo, toda la vida haciéndolo yo al revés.

EL REZO EN LA MEZQUITA

Lo dejamos todo preparadito y me dicen “antes de cenar vamos a la mezquita a rezar ¿vienes?” -Vale, os acompaño.

He visitado más de una mezquita, pero siempre como turista. Era la primera vez que, de alguna manera, era invitada a participar, a formar parte de la comunidad. Y, os aseguro que, a pesar de estar solas y a pesar de ser una mera observadora, fue impactante para mí, MUCHO.

mezquita en aldea Lemo Lemo isla Sulawesi

Anexa a todas las mezquitas siempre encuentras una zona con múltiples grifos para hacer las abluciones. –Ven, te enseñaremos cómo se hace, toma jabón, primero se lava esto, te enjuagas, después aquello…

Fue interesante, no sabía que había un orden establecido. Me gustó saberlo, pero sobre todo me gustó la ilusión de sus caras, como si estuvieran enseñando a un niño a dar sus primeros pasos.

Chicas haciendo abluciones en aldea Lemo Lemo Sulawesi

Después entraron y yo me quedé fuera. -Pero vamos, entra. -¿Puedo entrar mientras oráis? -Por supuesto, además, estamos solas.

Yo no tenía claro qué hacer. -Pero no te quedes ahí de pie, siéntate. En el suelo, por supuesto, bancos nunca hay, cada uno lleva su alfombrilla, sin más.

Las mezquitas que conocía hasta ahora, las famosas que visitas en los viajes, a pesar de ser diáfanas eran grandiosas. Esta otra nada tenía que ver con ellas. Pequeña y sin ninguna ostentación. Nada de trabajadas yeserías ni de caros mármoles y por supuesto, nada de adornos, ya sabéis que las pinturas y esculturas son inexistentes en las mezquitas.

Como algunas habían olvidado el talkun, la túnica utilizada para rezar, se iban turnando, pasando las que había de unas a otras. Son casi todas blancas, sin muchos adornos.

Me explican que puedes utilizar otros colores y telas más engalanadas, pero no es lo habitual porque se trata, por una parte, de mostrar austeridad y por otra de evitar llamar la atención, lo que haría que la vista se desviara y se perdiera la concentración en la oración.

talkun, túnicas de rezo femeninas

Imagen de aliexpress.com

Me asombra que las que esperan estén sentadas dentro de la mezquita, hablando, riéndose, chateando con el móvil…nada de ese silencio que se suele pedir en los lugares sagrados.

Para mi mentalidad eso es una falta de respeto tremenda. Sin embargo, parece que para ellos no. A la mezquita no sólo se va a rezar, sino también a leer, a descansar, a hablar con otros, a echar una partida de ajedrez… aunque estas últimas cosas se realizan más en el exterior, donde suele haber una zona cubierta, con columnas, a un nivel algo más elevado que el suelo.

En cuanto al momento de orar… he de reconocer que fue sobrecogedor.

Esas chicas bullangueras con leggins y camiseta, de repente se transformaron: quedaron cubiertas de pies a cabeza. Ojos cerrados, mudas, concentradas. Están de pie, se arrodillan, se inclinan luego hasta dar con la cabeza en el suelo… una y otra vez, una y otra vez…

Esa postura sumisa, casi tendidas…me impresiona profundamente. Impactante vivir este momento junto a ellas. Mucho. Muchísimo. Mil controvertidas ideas iban y venían. No hace falta decir cuáles.

Ya estamos fuera de la mezquita, ya están de nuevo riendo con gran escándalo. Mi mente no acaba de asimilar ese brusco cambio, y tampoco entiendo lo que dicen pero, como no puede ser de otra manera, acabas envuelta en su jolgorio.

jóvenes indonesios en playa de Sulawesi

Vamos a cambiarnos para ir al cine y a cenar. No me lo puedo creer. ¡Cine en una aldea tan humilde! ¡Y cambiarnos para cenar! ¡Esto ya no lo hacen ni los británicos!

Claro que aquí no resultó ser lo mismo… No… Más bien, no… Decididamente no.

Os cuento en el próximo capítulo.

 

¿Te apetece seguir acompañándome en mi odisea “Sola ante el Peligro”?