Tardes de chicas a la indonesia ¿o mejor decir mañanas? ¿Te has planteado alguna vez tu vida por el paso de un sepelio o el apretar de una mano desconocida?
SOLA ANTE EL PELIGRO IV
«… A las 6 de la mañana, la única que queda tumbada soy yo y la algarabía es total, así que decido levantarme». Asi terminaba el capítulo anterior. Comienza ya mi segunda jornada de incursión en la Indonesia profunda.
DUCHA EN PLENA NATURALEZA
-Buenossss díassss ¿quieres darte una ducha antes de desayunar? me preguntan con una gran sonrisa.
¿Hay ducha? -me pregunto. Ah, debe ser junto a la zona de abluciones de la mezquita. –Sí, por favorrrr, estoy pringaitaaaa. Cojo mi jabón y mi toalla y salimos a la calle.
Llegamos a un pequeño espacio ganado a la naturaleza donde se encontraban dos cuadrados de cemento. Intuyo que uno es el pozo y el otro el lavadero. Pero ¿y el murete en forma de U de algo menos de un metro de altura?
-¿Es esa la ducha? -Claro, ¿no lo ves? Pues, hombre, verlo, verlo… no lo veo.
Pero no importa, necesito una ducha, así que cojo la cuerda atada a una garrafa de plástico cortada por la mitad y saco agua del pozo. No quiero ni pensar lo helada que debe estar.
Me pongo detrás de la U, me queda algo baja la tapia. Bueno, somos todas mujeres, nadie se asustará. -No, no, no –claman entre espantadas y divertidas. -Ponte en cuclillas, envuélvete con el pareo y lávate después por debajo del mismo.
¿Hacer todo eso en cuchillas? Hombre, voy a intentarlo, pero creo yo que mucho pedir es ése. Y efectivamente, por mucho que intentaba bajar, un desastre, así que partidas de risa decidieron coger otro pareo entre dos para taparme. Gracias chicas, así, de pie y con las dos manos libres, más fácil.
Cojo después mi cubo con agua y me lo empiezo a volcar. Nuevo griterío y risas. -No, no, noooo, coge el cazo, no te eches toda el agua de golpe. Y agáchate, te has de lavar en cuclillas para que no te vean, no vaya a pasar algún hombre. -Ah perdón, creí que me íbais a seguir tapando.
¿Cuclillas y malabares con el pareo? Tendría que practicar algunos meses más para conseguirlo, así que deciden seguir cubriéndome y yo opto por desembarazarme del dichoso pareo y ponerme de rodillas. El jolgorio fue general porque por supuesto, pudor para mirar qué ocurría al otro lado, no había.
Sólo faltó el fotógrafo de marras.
Pero no importa, no siento sensación de ridículo. ¡Más me vale! Y he de reconocer que la ducha, recién amanecido y en medio de una vegetación tan exuberante, fue una impresión única, un auténtico placer de dioses.
En cuanto al agua, con una temperatura de 28 grados a las 6 de la mañana, ni que decir tiene que de helada, poco, incluso templadita.
Preparación del desayuno: TARDE DE CHICAS A LA INDONESIA
Nos vamos a desayunar. Tenemos bollería que trajimos ayer y, cómo no, arroz que alguien ya tuvo la deferencia de preparar. ¿Que no? ¿Qué sólo era un tentempié y que ahora todas a la cocina a disponer el desayuno? Por mí ya tengo suficiente pero si no hay más remedio, pues hale, a la cocina.
Entre otras cosas, pelamos y troceamos plátanos recién cortados del árbol, desgranamos maíz recién recolectado, hervimos huevos recién puestos por las gallinas que pululaban a sus anchas por el poblado y por supuesto, cocimos más arroz. Todo esto, evitando mirar la pileta de anoche, claro.
Por otra parte, ahora entiendo por qué en este país el arroz se vende en cualquier tipo de tienda y en sacos mínimo, mínimo de tres kilos, aunque lo normal es que sean de diez para arriba.
Lo más chocante fueron las judías verdes, como las nuestras sólo que casi de medio metro de longitud, o sin casi. Increíble. ¿Se inspirarían en ellas para el cuento de Jack y las judías mágicas?

Comparad el tamaño de las judías con el resto de productos
También me resultaron curiosos los plátanos. En Indonesia son muy pequeñitos, como de media cuarta, pero dulcísimos. Eso sí, muy difíciles de pelar si no están bien maduros, que era el caso, por lo que me hube de ayudar con un enorme y extraño cuchillo rectangular, que debe ser muy común aquí pero para mí algo complicado de dominar.
Alimentos para casi treinta personas y con sólo una pequeña fogata… dos horas de reloj, dos horas preparando. Todas en corro… en cuchillas. Excepto yo claro, que ya bastante era estar sentada en el suelo tanto rato sin partirme.
Con lo poco que me gusta la cocina, si tuviera que hacer esto a diario, creo que terminaría con un ataque de ansiedad. Sin embargo, ellas me explican que aquí, preparar la comida es algo así como hacer el cafetito con las amigas, es el momento de reunirse y charlar. Curioso.
Y efectivamente, las vecinas se sientan con nosotras, vienen y van. La conversación es distendida, gira en torno al origen o significado de nuestros nombres pero cuando llega mi turno, por alguna mirada, intuyo que meto la pata. Por segunda vez en unas horas entramos en tema tabú al explicar quién fue Mª Magdalena antes de conocer a Jesús.
A las 12,30 del mediodía por fin empezamos a desayunar, todos sentados en el suelo del salón. Sinceramente, todo un festín la camaradería de la gente y la cantidad de platos de comida en el centro.
Aunque yo me contenté tan sólo con fruta, huevo duro y algo de pescado. Pasé del arroz que, después de poco más de un mes en el país ya me sale por las orejas, y también de la sopa de verduras por motivos obvios, primero porque el sol ya arreciaba como para meterse algo casi hirviendo y segundo porque tras la experiencia de anoche con el lavado de pies y dientes en la misma pileta en que se cortó la verdura, pues como que no apetecía.
EL SEPELIO
Como el plan era salir hacia el poblado de los Kajang, los amish indonesios, a las once de la mañana, a las diez y media ya estaba yo vestida como nos habían advertido, con mis leggins negros y mi camiseta negra de manga larga, por lo que, a aquellas horas, los efectos de la paradisiaca ducha ya habían desaparecido.
En este país, las prisas no son algo habitual así que, como muchos, después del desayuno tardío retocé en el gazebo de la entrada, con los pollos y las gallinas merodeando alrededor, quién me lo iba a decir, a mí que se me erizan los vellos sólo con verlos. Debía ser que la laxitud me afectaba no sólo al cuerpo sino también al cerebro.
Fue entonces, en una escena de no más de quince segundos, cuando mi mente comenzó de nuevo a bullir. Todas esas frases bonitas sobre lo que es o no importante en la vida, se materializaron en un instante ante mis ojos.
Un poco antes pasaron por delante de mí dos grupos de mujeres cogidas del brazo, ataviadas como siempre, con un simple sarong y unas chanclas. Las saludé y no contestaron ni sonrieron, casi ni me miraron.
¡Qué extraño! Será que ya dejé de ser una atracción. Aún así no era un comportamiento normal, la sonrisa y la educación rara vez fallan en un indonesio.
Un minuto después pasaban varios hombres con similar indumentaria portando unas parihuelas de bambú sobre las que reposaba, cubierto por un sudario de burda tela, el cuerpo inerte del vecino fallecido el día anterior.

Un cementerio musulmán de Sulawesi, Indonesia
Quizás por primera vez en mi vida me planteé de verdad si la sociedad que me rodea, siempre ansiosa de nuevos lujos, es la mejor. La sencillez y pobreza del sepelio me impactaron mucho más que si del de un rey se tratara.
“Sin nada vienes y sin nada te irás” era la frase que incesantemente me repetía una voz interior.
E intenté imaginar la vida disfrutada por esa persona que ahora yacía rodeado por poco más de una docena de personas y sin un ápice de pomposidad.
¿Habría salido de aquel poblado alguna vez en su vida? ¿Habría conocido a más gente que no fueran sus pocos vecinos? ¿Habría tenido alguna otra actividad que no fuera trabajar de sol a sol para obtener un poco de alimento? ¿Habría deseado cambiar su destino? En definitiva, ¿habría sido feliz?
¿Podría ser yo feliz con esa vida? ¿Necesito todo lo que tengo? ¿Necesito todo lo que deseo? Me iré tal vez en un ataúd en vez de unas parihuelas, pero al mismo sitio y con las manos igual de vacías.
LA DESPEDIDA
En estos pensamientos andaba cuando comienza el bullicio de nuevo, parece que por fin nos marchamos. No vamos mal, sólo 2,30 horas de retraso, ya empiezo a aprender a disfrutar de esa inoperatividad del reloj.
Lo que más me alegra es no tener que volver a descalzarme para entrar en cualquier lugar. ¡No sé cuántas veces hube de hacerlo! Cómo se quitan todos las sandalias sin detenerse siquiera, para mí que es todo un arte.
Yo me tenía que parar, agachar para desabrochar, apoyarme en la pared para no caerme, dar saltitos para no quemarme con el suelo… Me miraban con caras de desconcierto y diversión.
¿Por dónde va ya mi sentido del ridículo? Perdí la cuenta.
Nos despedimos, uno por uno, de la jefa del poblado, pero sólo a mí se aferra. Me estremece cómo me coge del brazo y no me suelta, cómo me mira fija y dulcemente.
Era ese tipo de mirada con la que quieres expresar todo lo que con palabras no te atreves o no tienes tiempo, con la que sabes que cerrarás una etapa o un sueño. Que dice a gritos, gritos sordos, ya no te veré más o no te vayas.
No sé, igual sólo se trataba de infundadas suposiciones mías. Pero el hecho es que vuelven a revolotearme infinidad de pensamientos. ¿Alguna vez habría soñado con una existencia distinta? Esa es la sensación que me da. ¿O acaso la había tenido y hubo de renunciar a ella?
¿En qué me baso para tales elucubraciones? Tal vez en su porte y elegancia, bastante distante del resto de los vecinos.
Cuando por fin me suelta, es para buscar al fotógrafo. Para evitar esos ojos vidriosos que siempre delantan mis emociones, hago una mueca y exclamo, ah ¿foto con la buleh?
Carcajada general por denominarme a mí misma “la guiri”, aunque su significado literal es «albina», que para el caso, comparándonos con su color de piel, para ellos viene a ser lo mismo.
Posamos en su jardín, ante una bola metálica que no es que sea una escultura contemporánea sino una bomba. Imagino que en alguno de los conflictos armados del pasado siglo caería en las inmediaciones.
Ahora ya no sonríe y soy yo quien no la suelta del brazo. No sé por qué me oprime una gran pesadez interior. Algo me hace sentir como si compartiésemos un íntimo secreto, una vivencia… Esos misterios de la mente ¿o es que tal vez coincidimos en una vida anterior?
Me hubiera gustado llevarla conmigo… Contarle… Que me contara…Ver imágenes de su pasada lozanía. Debió ser muy esbelta, no es normal ver aquí a la gente mayor con una estampa tan erguida.
Me hubiera gustado enseñarle otros lugares, otras costumbres, otros paisajes, otra forma de contemplar la vida… proporcionarle todas esas pequeñas grandes comodidades del hogar que posiblemente ni siquiera habría imaginado que existieran…
¿Lo habría ella deseado también? ¿Habría tenido los mismos presentimientos? ¡Qui lo sa, quién lo sabe!
¿Te apetece seguir acompañándome en mi odisea “Sola ante el Peligro”?
- Capítulo 1 La Indonesia rural: Experiencia Phinisi
- Capítulo 2 Indonesia rural: La aldea Lemo Lemo
- Capítulo 3 Una velada en la Indonesia rural
- Capítulo 5 Tana Toa Kajan, los Amish indonesios
- Capítulo 6 Pantai Kalukua y Pulau Liukang
16 septiembre, 2016 a las 10:53 am
Saber disfrutar de las «pequeñas» pero a la vez grandes cosas no tiene precio, las sensaciones y sentimientos son lo que nos hace plantearnos nuestra existencia y cambiar nuestra escala de valores.Ojalá todo el mundo lo apreciara como tú. Besos
24 septiembre, 2016 a las 4:57 pm
Efectivamente. Sólo cuando nos tocan las adversidades nos planteamos determinadas cosas. Ojalá nos las planteásemos antes para apreciar todo lo que tenemos.