De barrio humilde a reconocimiento internacional. Recorrer las callejuelas de Gamcheon Culture Village se convierte en un goce para la vista y el espíritu.
No conozco Machu Picchu más que por fotos, es una de mis asignaturas pendientes. Sí, en cambio, Santorini, espectacular a pesar de los miles de turistas que la degeneran. Salvando las distancias, podríamos de alguna manera comparar estos dos lugares.
Ahora me encuentro en Corea del Sur, bien alejada de ambos rincones. Concretamente en la ciudad de Busan, al pie del denominado Gamcheon Culture Village, aunque también hay quienes la denominan la Machu Picchu o el Santorini de Corea, y es que, sólo hay que verlo para entenderlo.
Calles, callejones, escaleras, minúsculas viviendas, coloridos tejados, cuestas, curvas, artesanía, imaginación, buen gusto, montes envolventes… todo esto conforma uno de los barrios más singulares que se puedan encontrar, acreedor ya de tres premios, el President Award 2016, el Good Place Award y el primer Educating Cities Award.
De esta manera nos da la bienvenida Gamcheon:

Con un árbol de tres pisos de altura ocupando dos edificios

Formado, si os fijais, por cientos de maderas decoradas por los propios vecinos
Originalmente lugar bien humilde, aun respetando la arquitectura inicial, sus habitantes han sabido darle un cambio radical de aspecto, tan sólo extorsionado por un alto edificio moderno que, la verdad, merecería ser dinamitado.
También ha dejado de ser un simple barrio de obreros. Ahora es más bien un centro de arte al aire libre, emplazamiento para múltiples actividades educativas en las que gran parte de la ciudad gusta de participar. Y, cómo no, también lugar de relax.
RECORRIDOS
En el mapa turístico marcan tres posibles recorridos, corto, medio y largo. Elegimos el medio, de hora y media de duración, porque el calor es realmente sofocante y dudamos aguantar más subiendo y bajando cuestas a pleno sol.
En realidad vamos bien preparados, al estilo asiático, con gorro y paraguas para amortiguar los terribles rayos del astro rey. Pero quién puede sostener un parasol cuando, sí o sí, has de disparar una fotografía tras otra.
Así que, con ese panorama, nunca mejor dicho, y como nos suele suceder allá adonde vamos, a pesar de la temperatura y la humedad, esa hora y media se convirtió en tres y aún quedamos hambrientos.
Comenzamos a ascender y nos encontramos con numerosas muestras de una derrochadora imaginación en la que priman sencillez y calidez.
Este gran pez está formado a su vez, al igual que el árbol de la entrada, por multitud de pequeñas maderas emulando pequeños peces. Cada vecino pinta como y lo que le parece, y probablemente el material sea reciclado de cajas, pero el efecto es realmente estupendo.

Peces, humanos, gatos con corbata… todo es válido.
Averiguamos que cada elemento decorativo tiene su nombre, que no os voy a poner aquí porque son rarísimos y, lo que es más importante, que tienen su significado. En este caso, el “movimiento” del pez simboliza la vitalidad que respiran sus calles, de ahí que veamos más a lo largo del recorrido, aunque nunca iguales y tampoco con esa única connotación.
Como ejemplo el que simboliza a las antiguas madres del barrio, que luchaban diariamente por los suyos vendiendo pescado en los mercados. Mercados que debieron ser más o menos como el que os muestro a continuación, escondido por entre las callejuelas, del que tan orgullosos se sienten.
Las mujeres debieron ser figuras más que importantes antiguamente en este recinto porque no es la única muestra escultórica que les han dedicado.
Un edificio esmeralda capta mi atención. No sólo por su estructura y color, ya suficientemente llamativos, sino por los pájaros del tejado.
Lo cierto es que me produce algún escalofrío el cuerpo de ave y la cabeza humana.
Aunque cuando leo su significado, deja de provocarme ese rechazo inicial: ¡quién no ha deseado más de una vez volar como un pájaro y olvidarse de todos los problemas mundanos!
Este otro conjunto producía también un gran efecto visual.
¿Qué simboliza? Una ciudad densamente poblada. Muchas torres de edificios que se arquean como “organismos vivos” que son. ¿Se puede expresar más con unos trozos de palés y unos botes de Titanlux?
El arte contemporáneo nunca ha llamado mi atención, más bien al contrario, a menudo me irrita, algunas obras me parecen una gran tomadura de pelo. Pero a veces hay excepciones y aquí encontré dos que salvé de la quema:
Uno: Estas manos, que forman parte de un gran conjunto, todas iguales, y cuyos dedos, al traspasar el visitante un sensor, se mueven una y otra vez individualmente como si tecleásemos un ordenador. Expresan la vida, a menudo demasiado encajonada, ocupada, monótona y repetitiva… Pues oye, tiene sentido.
Y dos: Este laberinto, que inicialmente critiqué, por el que circulaban unos huevos.
La obra en sí me parecería crispante si no fuera por la explicación del autor: cada huevo simboliza la vida y los sueños. Suben, bajan, van por distintos derroteros, para acabar cayendo definitivamente, muriendo mientras que un nuevo huevo, es decir, vida, vuelve a comenzar . Uf, sí que cambia la cosa, hasta volví a observar todo el recorrido con ojillos vidriosos.
Pero, dejemos la parte filosófica, aunque confieso que me encanta encontrar cada dos pasos algo evocador y que resulte tan sencillo como original o simpático, como estos colegas que nos indican el camino a seguir.
Y, desde lo más alto de la colina, observando todo el conjunto y, tal como nos tiene acostumbrados, intentando sacar todo el jugo de la mágica visión del barrio, un personaje universal, el Principito.

Que, por cierto, menuda cola para sentarse a divagar con él
LAS ESCALERAS
Pero, de entre todo, que sin excepción me cautivó, yo me quedo con sus múltiples y empinadísimas escaleras. Decidme si no entran ganas de subir por estos peldaños se vaya o no de vacío:
Que sí, que sí, seguro que es una escalera.
Y esta otra, esta otra al revés, invita a sentarse y sacar un libro aunque sea a golpe de cincel, para hojearlo a la sombra del atardecer.

Los peldaños imitan lomos de libros

Y subiendo un poco, «estantes con más libros»
O por qué no descansar en su cima, al pie del pozo, mientras charlamos animosamente con las mozas del lugar.
Vamos ya de regreso. Ahora toca bajar, afortunadamente, porque un cartel anuncia que hay 148 escalones en picado, de ahí que en un principio se la denominase así, “la escalera de los 148 escalones”. Pero los lugareños la han rebautizado como “Escalera para ver las estrellas”. Suena tan bonito, tan romántico…
Aunque no, no van por ahí los tiros. La realidad que dio lugar al nombre es que quien sube, con tanto peldaño, se suele marear y, sobre todo si va cargado, acaba viendo las estrellas. Como veréis, tampoco les falta humor a sus habitantes.
Como se pierde la vista y es verdad que marea, la miro de nuevo desde un poquito más abajo.

Y desde aquí no tengo muy claro si estoy en Corea, en Grecia o en algún pueblecito ibicenco o andaluz.
E imaginando esas estrellas, que así deben lucir las minúsculas casas de tejados multicolores al anochecer, me despido por hoy. Espero soñéis con el lugar tanto como lo seguiré haciendo yo.
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