Descubrimos la pequeña ciudad francesa de Chauvigny. Sus cinco fortificaciones y el escalofriante bestiario de los capiteles de la iglesia de San Pedro la hacen única.
Uno de los mayores encantos de recorrer el departamento francés de La Vienne es que no conduces más de treinta ó cuarenta minutos hasta llegar al siguiente destino. Construcciones civiles, militares o religiosas te van dando la bienvenida en unos bohemios paisajes que creías sólo de película.
Hoy nos vamos a detener en Chauvigny, una pequeña población, de algo más de siete mil habitantes de la región de Poitou-Charentes. Pero no nos dejemos engañar, no tenemos más que otearla desde las afueras para darnos cuenta de su gran importancia histórica.
Unos edificios más enteros que otros, ya sean fortalezas o templos, a lo largo de 350 metros de roca, dan fe de un esplendoroso pasado, en el que los obispos de Poitiers, señores del lugar, tuvieron mucho que ver.
Nada menos que cinco fortalezas se levantaron entre los siglos XI y XVI:
- El Castillo de Montleón (s. XIII).
- El Castillo de la familia normanda de Harcourt (s. XII-XV)
- La Torre de Flin (s.XII).
- El Castillo de los Barones, también llamado de los Obispos (s. XI al XVI).
- El Castillo de Gouzón (s. XI-XIII).
Nos centraremos hoy ligeramente en los dos últimos, actualmente con pleno y renovado protagonismo.
EL CASTILLO DE LOS OBISPOS
Abandonado desde el siglo XVII, poco queda realmente en pie del Castillo de los Obispos aunque lo suficiente para darnos cuenta de lo que fue, una edificación nada menos que de cincuenta metros de altura.
Para darle parte de la vida de antaño, de sobra es sabido que la cetrería era una práctica muy habitual en la Edad Media, desde marzo hasta noviembre se ofrece un espectáculo de aves rapaces al que han dado en llamar Les Géants du Ciel (los gigantes del cielo).
A la entrada, algunos ejemplares te dan la bienvenida.
Y durante la exhibición, alguno que otro te dará un sustillo con su rasante vuelo o sus paradas en lugares insospechados.
EL CASTILLO DE GOUZÓN
Por su parte, el Castillo o Torreón de Gouzón, hoy restaurado, alberga un pequeño museo, suficiente para dar a conocer tanto los hallazgos arqueológicos de la zona como su patrimonio industrial.
El nombre actual, Espacio de Arqueología Industrial, sé que a priori suena un poco extraño, pero lo entenderéis enseguida, con unas pocas imágenes. La primera correspondiente a la exposición titulada “Vivir con los dioses” en la que se exhiben diversas esculturas romanas, vestigios del pasado.
Y las siguientes, a las muestras de cerámica de la zona, así como del proceso de fabricación. Una industria en la que destacan y que, de alguna manera está muy relacionada con esa misma tierra que retiran los arqueólogos.
Tan interesante como lo anterior son las vistas que hay desde su terraza superior.
LA IGLESIA DE SAN PEDRO
Pero si con un edificio me hubiera de quedar, ése sería la Iglesia de San Pedro, construida durante los siglos XII y XIII, aunque ha sido restaurada posteriormente debido a los destrozos del tiempo y las guerras.

Poco sugestiva su fachada delantera, no así la trasera ni su interior.
Sus 45 metros de largo permiten observar la altura de sus bóvedas. La blancura de éstas y de las paredes, tan sólo ligeramente perfiladas por estrechas líneas de color, darán paso a un coro que, sin dejar la sencillez, es un alarde de belleza y policromía.
Rodeando el coro, recorremos un deambulatorio que comunica tres absidiolas, es decir, tres pequeñas capillas que ya nos han llamado la atención poderosamente contemplando el exterior del templo.

Interior de una de la absiolas o pequeñas capillas
EL BESTIARIO DEL CORO
El coro presenta tres niveles. Arcos, columnas y ventanas conforman un conjunto armónico que no te cansas de contemplar.
Los motivos vegetales y animales de los capiteles ya comienzan a captar nuestra atención.
Aunque serán los de las seis columnas de la rotonda los que nos dejen paralizados. Treinta capiteles a los que, quieras o no, se te va la vista.

Fijaros en el detalle de la cola terminada en mano del capitel derecho
El artista que los esculpió hizo caso omiso de los estilos tradicionales. Sabía que su trabajo llamaría la atención y que las figuras perdurarían en el tiempo, por lo que quiso dejar bien patente, para que no hubiera lugar a dudas, su autoría, grabando en uno de ellos, el que representa la Epifanía, “GOFREDUS ME FECIT” (Gofredus me hizo).
Encontramos escenas bíblicas, la Anunciación, la Adoración de los Reyes, la tentación de Jesús en el desierto…
Y también animales imaginarios.
Observamos referencias a Babilonia, tanto directamente, escrito, como a través de leones alados.
Si bien lo más inquietante para el visitante son los muchos animales monstruosos representados.
Como suele ocurrir cuando no queda constancia escrita suficiente, las interpretaciones sobre las escenas son variadas, aunque parecen coincidir en que son maneras de evocar el pecado y la redención.
Claro que, si las águilas de la siguiente imagen están llevando a los humanos al cielo, como piensan algunos entendidos, o intentan algo menos idílico, como creen otros, ya es más difícil de discernir.
Otro de los capiteles está ocupado por dos leones alados que comparten cabeza humana. Se supone que está devorando a algún pecador.
Signifiquen exactamente lo que signifiquen, está claro que si lo que pretendían era atemorizar a los no creyentes o a los pecadores de la época, yo creo que lo consiguieron ampliamente.
Para quitarnos el susto del cuerpo, terminamos nuestra estancia en la ciudad con un bonito paseo por sus empedradas calles en las que encontramos pequeñas tiendas de artesanía local.
Al igual que los restos de los viejos muros, hechizados en la contemplación de cuanto les rodea, se resisten a caer, las relajantes calles y paisajes de Chauvigny, así como las de Poitiers y las de los alrededores de la Abadía de Saint Savin a las que ya dediqué sendos posts, quedarán por siempre en nuestros recuerdos.
Nos han proporcionado una pequeña tregua a un fin de semana pleno de actividades de nuestro #TravelBloggerMeeting.
Una reunión anual de blogueros de viajes que nunca deja de sorprender y en la que el personal de turismo de la zona, #visitPoitiers y #VisitNaquitania, se volcaron plenamente. Desde aquí mi agradecimiento por su buen hacer y el trato que nos dispensaron.
Y con esta escalinata que nos eleva a misteriosos rincones, me despido: ¡Hasta siempre, La Vienne!
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