Hagamos un pequeño viaje al belén de nuestra infancia. ¿Sigues conservando la ilusión? ¿Te gustaría montar un belén de esos grandotes? No, no es imposible. Ya lo verás.
Estamos llegando a Navidad por lo que hoy quiero hacer un post sobre un viaje especial, Belén. Pero no al Belén actual, ni siquiera al geográfico, para ello ya habrá otra ocasión, sino al que de niños y aún hoy ilumina nuestros hogares y escaparates.
UNA ILUSIÓN DE NUESTRA INFANCIA
¡Montar el belén! A ver quién no evoca su niñez, la inocencia con que veíamos el mundo, la ilusión al comprar las pequeñas figuritas de barro o plástico, los ríos de papel de aluminio, las lucecillas de mil colores que más parecían una feria que un humilde portal.
Y los Reyes, tan auténticos aún desde las peanas y a los que con verdadero fervor y respeto implorábamos que, en su largo recorrido, no se olvidaran de nuestra casa…
Y no lo hacían, claro que no. Con mucho sacrificio, pero llegaban. ¡Menos mal que entonces necesitábamos poco para ser felices! Un balón para los chicos y una muñeca para las chicas bastaban. Porque seamos honestos, eso es lo que nos gustaba antes de que se inventaran los “géneros”. Si le sumamos los calcetines, que nunca faltaban, ya la repera porque, para una vez al año que había regalos no se les iba a hacer desaires.
Por supuesto, también se nos vienen a la mente nuestros padres, estén o no estén ya entre nosotros, sus caras de felicidad al ver y oir nuestros signos de júbilo. Semblantes que sólo podemos comprender plenamente cuando nos llega a nosotros el turno.
Miradme con seis añitos, el día de Reyes. La Barbie, que era la solicitada, no llegó, tenía un caché demasiado alto en aquella época, pero ¿a quien le importa?
Veintiún años después, recién nacida mi hija mayor, me enteré de que los tropecientos vestiditos que acompañaban a la muñeca los había confeccionado mi madre una vez que acababa la faena de casa y acostaba a los seis hijos, y que mi padre, pluriempleado, iba haciendo las perchitas y el armario después de sus doce o más horas de trabajo. ¿Eran o no eran Reyes, Magos y dignos de pleitesía?
LOS BELENISTAS
En cada rincón español son muchas las personas que trabajan durante todo el año para mantener viva no sólo una tradición centenaria sino, lo que es aún más importante, aquella ilusión que nos transmitieron nuestros mayores.
Sí, porque no penséis que esos belenes de mayor o menor tamaño que vemos en algunos centros comerciales, ayuntamientos, entidades bancarias, iglesias… se realizan y montan de un día para otro. Como ejemplo, un botón, mirad el tamaño de la montaña y podréis imaginar el resto.
Un poquito de papel de montaña por aquí, un poquito de serrín por allá y casas y figuritas compradas en el mercadillo esparcidas a diestro y siniestro… No, nada de eso. Los belenistas tienen su orgullo y quien se precie de serlo no pondrá nunca jamás la misma escenografía dos años seguidos, ni comprará nada hecho más que las figuras, y eso no todos, porque hay algunos que son artistas hasta para eso.
¿Que cuánto te gustaría saber montar uno de esos belenes enormes? ¿Que si cualquiera puede ser belenista? Por supuesto que sí, si te entusiasma el tema y tienes ganas de aprender, en muchas ciudades y pueblos de España existen asociaciones sin ánimo de lucro que te acogerán de mil amores. Te dejo el enlace de las que pertenecen a la Federación Nacional Belenista, pero seguro que hay algunas más que vayan por libre.
Yo de momento soy una aprendiza. Tengo por delante años hasta llegar a compararme con mis compañeros. Pero te voy a confesar, una de las cosas que más me han emocionado en mi vida a nivel personal fue la imposición del pin de belenista novel de la Asociación Valenciana.
¡Ese día fluyeron tantos sentimientos del pasado! Vi a mi padre descolgando la puerta del dormitorio para que sirviera de base al belén y poniendo motorcito a la noria y al río, a mi madre cosiendo la sabanita para el pesebre, ¡que ese pobre Niño Jesús estaba siempre en pañales en pleno diciembre, a un ná de coger una pulmonía!, a mis hermanos pugnando por poner figuritas…
CÓMO SE HACE UN BELÉN
Para un belenista la Navidad comienza en Febrero. Como lo oyes.
1. Primero se hace un diseño teniendo en cuenta el espacio donde se va a colocar y, todo hay que decirlo, el presupuesto con el que se cuente porque, de barato no tiene nada. ¡Hay tantas cositas que te tientan cada año en las tiendas!
Y a ver quién no cae, año tras año, en la tentación de comprar aunque sea sólo una pequeña pieza más, un cesto de fruta, una ovejita, un pastorcillo… «y bueno, ya que estamos no pasa nada porque sean dos, y… bueno no hay dos sin tres…» ¿O no? Por supuesto hay calidades y calidades, aunque para mí, es igual de emotivo un nacimiento de diez euros que de diez mil.
2. Después del diseño, que no es nada fácil crear buenas perspectivas, viene el faenón: hacer las casas, los ríos, las calles, las cercas, los suelos, las montañas, las murallas… Todo a mano, desde cero. Muchas, muchas horas de inversión.
3. Cuando por fin llega el montaje empieza la verdadera emoción, aunque échate a temblar: coloca bases metálicas, celaje, conecta mil cables de luces, mira a ver no haya algún fallo y el río se desborde, haz la cirugía a las figuras que hayan sufrido algún accidente, coloca faldones para que esté más curioso… y sobre todo, reza, reza para que no haya cualquier tipo de imprevisto indeseable. Total, otro faenón.
Pero el resultado merece la pena, ya lo creo que merece la pena.
MATERIALES Y DETALLES
¿Materiales? Muy simples. El arte está en saberlos trabajar. Y creedme, lo saben. No en vano se ha propuesto formalmente reconocer al belenismo como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Aún con elementos muy livianos, la sensación de autenticidad es impresionante: poliestireno, vamos el corcho blanco que todos conocemos, para las edificaciones, piedras, pozos…, de diferentes densidades, eso sí, que si no no se daría abasto recogiendo bolitas, espuma de poliuretano para montañas y suelos, ramas naturales para los árboles, madera, escayola, arcilla… y todos lo que la imaginación sea capaz de utilizar para los pequeños detalles.
Porque eso es precisamente lo que le da el auténtico sabor a un belén monumental, los detalles.
El gato que, desde la azotea contempla la maceta que jugueteando acaba de tirar y hacer trizas; las dos ancianas que se tapan la boca cotilleando sobre el que pasa, el niño que tira al burro de la cola, el huevo que se ha estrellado, el ratoncillo que está dando buena cuenta del queso, el cántaro con pergaminos que se adivina en una pequeña cueva de la montaña, las antorchas que iluminan las calles, los desconchados y manchas de humedad de las paredes, las celosías con primorosos calados, etc., etc., etc.
Y, si en la fachada de la Catedral Nueva de Salamanca el artista dejó un astronauta, que ya me diréis si pega, nosotros no vamos a ser menos. De vez en cuando se cuela algún capricho, aunque hemos de atenernos a las consecuencias: para unos pasan desapercibidos, otros se ponen contentos porque piensan que te han pillado un fallo y por último, hay quien se enoja por considerarlo una anacronía.
Y es que, una de las máximas del belenista es mantenerse lo más fiel posible al lugar y al momento histórico representado.
Habría que añadir los detalles sentimentaloides. Mi belén no tiene nada que ver con el del Centro Comercial de Nuevo Centro ni con el del Ayuntamiento de Valencia montados por la Asociación, que no os podéis perder, pero es el mío, y lo monto con mimo.
Así que me gusta contar, por ejemplo, que entre las piedras de la cueva del natalicio se encuentra una traída de mi viaje a la verdadera Belén. Pero ¡ojo! que no la cogí de ningún sitio histórico eh, la primera y más pequeña que encontré por la calle, palabrita del Niño Jesús.
EL ORIGEN DEL BELÉN
¿Y no os entra curiosidad por saber cuál es el origen del Belén? Es un tema que daría no para un post sino para un libro pero aquí lo resumiremos en unas pocas líneas.
Digamos que el germen fue la Nochebuena de 1223 cuando Francisco de Asís celebró una misa en una cueva de las montañas. No es que el santo dispusiera allí unas figuritas de barro, no, pero entre los asistentes obviamente había pastores con sus ovejas, había mulas y bueyes… todo de verdad.
Y se cuenta que ante todos los presentes, cuando S. Francisco se inclinó hacia el pesebre de paja que simbolizaba el nacimiento del Niño, Éste, por unos instantes, se materializó.
Veamos, no es que no hubiese representaciones de la Natividad antes, por supuesto. Existen vestigios desde el siglo II d.C., y a partir del siglo VII proliferaron por doquier. Sin embargo no se puede entender esto como el comienzo del belenismo en sí porque ya sabéis que en aquellos tiempos, cuando sólo unos pocos sabían leer y escribir, tradición oral e imágenes eran las únicas maneras de difundir y preservar en la memoria los hechos importantes.
Como dato curioso comentar que San Francisco tuvo que pedir una dispensa al Papa para esa pequeña representación de la Natividad ya que, dieciséis años atrás fueron prohibidas por el Concilio de Treviri.
Suavizada la situación, un siglo después, en el XIV, ya sí podemos decir que el belenismo se popularizó. Entre las familias pudientes, eso sí, que para el resto no estaba el horno para bollos. Poseer un belén napolitano era un lujo, una distinción más. Aquí en Valencia se puede visitar cada año el de los Marqueses de Dos Aguas, en su propio palacio, hoy sede del Museo de cerámica.
Por fin en el siglo XVII la colocación del belén se difundió profusamente entre los ciudadanos de a pie y, ese estilo pomposo y rococó característico del belén napolitano se fue simplificando hasta llegar al que hoy es popular, el belén hebreo, con vestuario y escenografía más acorde a la realidad de la época de Jesús.
Reconozco el valor de las figuras de madera del belén napolitano, magistralmente talladas y con ricos ropajes, fijaros en la perfección y realismo de la siguiente imagen. Pero el conjunto me parece demasiado serio y cargado.
Así que me quedo con el hebreo, sobre todo ahora que muchos artistas están creando conjuntos tan dulces y humanos como éste.
UNA CURIOSIDAD MÁS
Ya que estamos con tema navideño, ¿sabíais que el villancico «Noche de Paz» es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad? Pues así es. He encontrado una versión a capela con arreglos de música moderna que me ha encantado. Os dejo el enlace, a ver qué os parece.
Y hasta aquí por hoy nuestro viaje a Belén. Independientemente de las creencias o carencias religiosas, un viaje en busca de nuestras tradiciones y de nuestra infancia. Un reencuentro con las ilusiones, con la inocencia, con los abuelos que inculcaron los sueños a nuestros padres, con nuestros padres que nos los transmitieron. Y, por ende, un nexo más con nuestros hijos quienes, a buen seguro, pasarán el legado a nuestros nietos.
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29 noviembre, 2021 a las 1:24 am
Me parece una narración muy acertada, gracias por llevarme con la lectura por ese maravilloso mundo del Belenista que por suerte me inculcaron mis Padres y al cual pertenezco, gracias, gracias y gracias ¡ ah ! Felicidades !!!!!.
29 noviembre, 2021 a las 12:44 pm
Muchísimas gracias a tí Bernardo. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.
2 diciembre, 2021 a las 8:10 am
Todo un mundo lo del Belen y que desconocía. Desde luego debe ser gratificante una vez terminado y los que lo observamos saber el trabajo que hay detrás.
Me quedo tb con la Navidad de la infancia y como curiosidad de otros belenes de todas las Navidades que he pasado en Mexico, que los 3 Reyes van con camello, caballo y elefante respectivamente, además de la figurita del chamuco (diablo) que se cuela en algún rinconcito escondido.
Cuentanos ese caprichito tipo astronauta de Salamanca de algún Belén del pasado.
Un saludo y Feliz Navidad
23 enero, 2022 a las 6:11 pm
Muy interesante tu aportación sobre los belenes de Mexico. Llevar cada Rey un animal tan diferente va muy acorde con la teoría de que cada uno venía de un continente distinto y se unieron durante el camino. Lo del chamuco, curioso también, aunque eso sí que parece más un localismo, sabes mejor que nadie que a los mexicanos les encanta ese tipo de cosas. Muchas gracias por tu comentario Carlos. Un abrazo.